lunes, 30 de enero de 2023

Reseña: Ampliación del campo de batalla de Michel Houellebecq


Ficha técnica

Título

Ampliación del campo de batalla 

Autor

Michel Houellebecq

Tipo

Novela

Editorial

Anagrama

Primera edición

1999

Impresión

España

Páginas

176


La obra

Michel Houellebecq es una escritor, ensayista y poeta francés, con el cual caí a punta de búsquedas de escritores contemporáneos, vivos, con cierto reconocimiento. Bastante llamativo es que, mientras buscaba información del autor en pequeños artículos de tipo revista, como en diferentes podcast, es un hombre muy relevante por diversos aspectos de su escritura, a tal punto que a finales de los 90's y comienzos del dos mil, al parecer estaba de moda entre los lectores españoles, y ciertos círculos académicos como de lectores comunes. Círculos no solo cerrados, sino herméticos (seguramente no por egoísmo sino por la costumbre de las relaciones sociales), y que hace que el autor no se conozca, ni de nombre siquiera, en otros espacios. ¡Cosa más terrible! Porque si hay algo que recriminar a los docentes de literatura, creo que con escasas excepciones, es la repetición de autores que, entre líneas acotadas de sublimes historias y lenguaje especializado, se alejan de los problemas inmediatos y por ello no se crea una conexión. Esto sin hablar de la poca o nula costumbre de leer, por parte de las familias, acá en nuestra América Latina, o las bastas extensiones de texto que tomaría horas y horas de dedicación, más un bagaje conceptual suficientemente amplio. Pero entremos en la obra.

Primera novela de Houellebecq, en Ampliación del campo de batalla encontramos la historia, en primera persona, de un ingeniero informático (de sistemas para Colombia), de treinta años. Nos introduce con la apreciación de una escena deplorable, o sinsentido, en donde una mujer, en medio de una reunión de tragos de compañeros de trabajo, comienza a bailar semidesnuda. Pero nada, poco después recoge su ropa al no saber qué mas hacer. Pasa a otro párrafo donde explica cuan mal se siente, sentado en un sofá, donde se sentarán dos chicas más. Entra otra tercera a escena con minifalda "a ras de culo". Conversación de las mujeres acerca de la chica con minifalda. El también se fija en ella, difícil no hacerlo, "Hasta el jefe de sección tenía una erección".

Ebrio y dormido (sábado), se percata de que ha perdido las llaves del auto; el domingo al volver a casa, no encuentra su auto. ¿Lo perdió o se lo han robado? ¿Cuál de las dos es peor? Y comienza una serie de elucubraciones donde involucra a la policía, su trabajo, etc. que discurren entre pensamientos racionales y posibles a otros exóticos. Hasta este momento no hemos pasado de unas cinco o seis páginas. Así y todo, ¿qué sentido tiene nombrar todo esto para la reseña? Sencillo. El tono a veces descriptivo y poético de este ingeniero, cuya historia realmente inicia cuando su empresa logra un contrato con el Ministerio de agricultura para dictar talleres de capacitación, será transversal a lo largo de la obra. A veces más amenizado, otras veces disruptivo, pero siempre con una línea de reflexión.

El lector podrá apreciar como estas dos líneas de narración, una donde avanza el trabajo de nuestro protagonista, otra, donde nos muestra su concepción de la vida, y que va desenvolviéndose, a veces superficialmente, otras con mayor profundidad, al punto de hablar abierta y de forma cruda, acerca de diversos temas. Pero vamos a mirar un par para ilustrar.

En una sección, y devuelta a la empresa después de estar en esos primeros encuentros para el establecimiento de su labor en el Ministerio de agricultura, habla sobre un compañero de trabajo joven. Uno que ha escalado bastante bien en ese ambiente de labor empresarial, y donde dicho chico tiene una perspectiva sobre la información: 

"[...] que el aumento del flujo de información en el seno de la sociedad era, en sí, algo bueno. Que la libertad no era otra cosa que la posibilidad de establecer interconexiones variadas entre individuos, proyectos, organismos, servicios. Según él, la libertad máxima coincidía con el máximo número de elecciones posibles [...] Su propia vida, como supe después, era extremadamente funcional. Vivía en un estudio en el distrito quince. La calefacción estaba incluida en el alquiler. Casi no iba por allí más que a dormir, porque de hecho trabajaba mucho —y a menudo, fuera de las horas de trabajo, leía Micro-Systèmes—. Los famosos grados de libertad se resumían, en su caso, en elegir la cena a través del Minitel [...] En cierto sentido, era feliz. Se consideraba, con pleno derecho, actor de la revolución telemática. Sentía realmente cada avance del poder informático, cada nuevo paso hacia la mundialización de la red, como una victoria personal. Votaba socialista. Y, curiosamente, adoraba a Gauguin"

Entramos entonces en el mundo de describir y burlarse de la contradicción. De sujetos que, como él, viven en el elemento calculado, homogenizado, matematizado; enfrentado con una vida de sensaciones. Una pelea, no vista por muchos, pero si por nuestro protagonista, entre la teoría y la realidad, entre el individuo y la colectividad; el espacio de la norma naturalizada hasta ser desapercibida. Por otra parte:

"Cuando yo la conocí, en la plenitud de sus diecisiete años, Brigitte Bardot era un verdadero asco. Para empezar estaba muy gorda, un callo, una inmensa morcilla con diversos michelines desafortunadamente repartidos por las intersecciones de su obeso cuerpo. Pero aunque hubiera seguido durante veinticinco años el régimen de adelgazamiento más severo y terrorífico, su suerte no habría mejorado mucho. Porque tenía la piel rojiza, grumosa y granujienta. Y una cara ancha, chata y redonda, con los ojillos hundidos y el pelo ralo y sin brillo. La verdad es que, de la manera más inevitable y natural, todo el mundo la comparaba con una cerda".

Fragmento este que evoca otro aspecto en el que es ampliamente criticado, y creo que no es necesario el explicar por qué.

Así, el narrador y protagonista nos lleva por sus recién entrados treinta años, llevando una vida que, en general, puede ser deseada, pues trabaja en una buena empresa y goza de generosos ingresos económicos, pero que progresivamente va perdiendo el sentido de ser; la razón para vivir.


Opinión y crítica

Houellebecq llega a mi vida en un momento determinante de mi mundo literario. Como ya he mencionado, me embarqué en la búsqueda de autores vivos, que describieran desde sus propias letras el mundo contemporáneo. Ya leí Ernaux, Rushdie y algo de Cărtărescu. Ahora con Houellebecq, al menos en este primer libro, me encuentro con algo más que me recuerda el sabor de Bukowski. No tan directo y agresivo como el estadounidense es en sus cuentos, pero con una profundidad mucho mayor, pues no se limita a la crítica de sus congéneres desde un lugar por debajo de ellos, al menos no socialmente; mejor, su personaje podría tener una vida cómoda, viviendo su sexualidad vacua llenándola con prostitutas y viviendo; ¿eso sería realmente la vida? En esta pregunta estaría, creo, el meollo del asunto.

La reflexión sobre diferentes temas en nuestra cotidianidad pasa por una dinámica intensa, a veces obsesiva pero ineludible, en nuestra juventud. Con más precisión, en la adolescencia. Allí, en ese disparo de hormonas y redescubrimiento estético, el mundo es cuestionado. Las reglas, normas, modos, formas, etc. Al punto que todo puede llegar a ser inverosímil, desacralizable por comprensión y extensión. Y sin embargo, no es para siempre, pues ese disparo de cuestionarse la realidad se disuelve en el devenir adulto; desde las responsabilidades para con los demás como consigo mismo, en el desarrollo de las habilidades que nos lleven a ser competentes socialmente. ¿Qué pasa entonces? Normalizados. Aceptamos el mundo tal cual es, tal cual nos toca, tal cual creemos que funciona, adecuándonos a parámetros y lineamientos. Un "así funciona" se instala en nuestras cabezas, y a pesar de saber que debería cambiarse en muchos aspectos, interiorizamos que no es posible hacerlo desde el lugar que ocupamos.


Este el el tipo de persona que tiene un despertar sombrío, por así decirlo, a esa realidad horrible que no le gusta. Mejor, que le asquea. Y es tanto así, ¿por qué habría de enarbolarla con un lenguaje aceptable o moralmente aceptado? Y no es que la belleza de la prosa esté ausente; mejor, es que expresa el sentir en las palabras adecuadas. ¿Acaso no puedo expresar que una persona esta gorda con la palabra "gorda"? Si alguien me parece repugnante, con indiferencia de su estatus psicológico o físico, ¿por qué he de cohibirme de expresarlo tal cual? Esto es tal vez lo que raya a muchos lectores que tienen como guía una moral purista, donde el lenguaje mismo debe encasillarse en la autocensura.

Hay que dejar en claro, para el neófito en la crítica y de comprensión limitada, que no por todo esto la escritura de Houellebecq es caótica e ilegible. No por nada es editada por Anagrama, la cual goza de grandes autores en sus colecciones.

Por su puesto esta no es una obra magna. Es una texto de muy corta extensión para la cantidad de temas que aborda, ya que discurren desde el ya nombrado sinsentido, pasando por la inconformidad con la vida misma, lo horrible que es la vida, tocando constantemente con su propio personaje y otros la muerte, el sexismo, la enfermedad mental y el suicidio (entre otro). Lo cual hace, como dije más arriba, que algunas temáticas sean de observación superficial.

Empatizar con el protagonista es difícil. La actitud nihilista que muestra constantemente, contrastada con la búsqueda de un punto de referencia para vivir, puede hacer que no se llegue a una identificación con el lector, al menos si eres una de esas personas que tiene la vida medianamente estable, con arreglo a continuas experiencias que te aportan cariño, amistad, compañía, amor; en general, ese compendio de relaciones sociales que colman la expectativa de futuros, a corto, mediano y largo plazo, favorables. Peor sí habrá una vinculación, al menos si lo has experimentado en tu adultez, en ese punto de quiebre en donde, sea que tengas familia, amigos, trabajo (sea el que sea), donde te has acomodado a ciertas rutinas, cuando hay una especie de lapsus que te desarraiga de todo ello; que te hace desconocer quien eres, quienes son todas las personas que te rodean, sean cercanos o no, y te cuestiones el por qué corren, el porqué corres con ellos, el qué te hace diferente, si es que existe eso de individuo, o solo es un correlato de algo más grande que no puedes ni quisieras comprender.

¿Muchas preguntas? Seguramente, y más para mentes que encontraron refugios de seguridad ficticia, llenos de alimentación que les llena las barrigas y los engordan; de tantos otros que le deleita el paladar. Fines de semana de bebidas, descansos "merecidos" por una semana de trabajo, rumbas nocturnas o diurnas, familias amigables de problemas que se pueden ignorar; de palacios en cumbres de sustancias que te complacen indefinidamente, mientras tengas el dinero para adquirirlas, claro. En fin, todos podemos caer en ese amplio saco llamado capitalismo y liberalismo (por que sí, toca el tema desde la vivencia), donde se confunde el poder adquisitivo con el capital, o la pobreza relativa con la absoluta.



Vale mencionar, en último lugar, el énfasis que hace el autor en la sexualidad. Tema por demás espinoso, pues genera una teoría misma de la sexualidad en el mundo contemporáneo:

"Así que, tras haber recorrido con una lenta y fría mirada el escalonamiento de los diversos apéndices de la función sexual, creo que ha llegado el momento de exponer el teorema central de mi apocrítica. Utilizaré el incentivo de una fórmula condensada, pero suficiente, que es esta:

La sexualidad es un sistema de jerarquía social"

¿Obviedad? Tal vez. ¿Conscientes de ello? Tal vez poco. Porque desde la juventud, y lo digo como hombre, la sexualidad es verdaderamente un campo de batalla (con permiso del título), en donde la hombría se ve medida en el tamaño del pene y las veces que se use. Porque por más machista que llegue a sonar, pues tristemente así funciona el mundo social, un hombre que se acuesta con muchas mujeres es "El putas", y una mujer que se acueste con muchos hombres "Una puta". Si llegas a la adolescencia y se insinúe que tienes un pene pequeño, es eres una vergüenza para la masculinidad. Ni hablar de que lo tengas pero no lo uses, pues entre chicos en común las demostraciones de poder respecto a la mujer que se objetiviza. ¿Está mal? ¡Por su puesto que sí! Pero así funciona el mundo, y sería de tontos taparlo con un dedo. Además, toda esta sexualización se arrastra hasta la adultez.

A esto se anexa un sistema de comercialización donde todo lo bueno se relaciona con lo sexual o lo sexualizado. ¿Qué conclusiones podríamos sacar de cantantes y artistas masculinos o femeninos, que se ven rodeados no solo de lujos materiales, sino sensuales cuerpo propios y ajenos como parte del todo a vender?

Lo cierto es que en ese mundo, finales de los noventa, como en el contemporáneo, poco o nada ha cambiado; de hecho, se puede afirmar sin duda que ha empeorado, ¿en qué sentido? Para aquel que nació con mala estrella. Para el disidente. El que busca un algo más que no es llenado con las "bondades" del sistema. El raro. Extraño. Extranjero.

Al final se me escapa un cúmulo de temas, pero me parece que hasta este punto es suficiente como gran abrebocas para este libro que, por su puesto, recomiendo.

Ligero, de tono sarcástico, dramático, deprimente y crudo, Ampliación del campo de batalla es una obra corta, en su mayoría de fácil lectura, y que si la tomas en serio, puedes llegar a entender cómo las situaciones que vivimos, no son más que otro pequeño engranaje de una inconmensurable maquinaria que hace invisible sus mecanismos, pero frente a la cual, nuestras vidas son nimias; mínimas.

Con todo gusto,

R31K3

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