Ficha técnica | |
Título | Tokio Blues |
Autor | Haruki Maurakami |
Tipo | Novela |
Editorial | Tusquets |
Primera edición | 2018 |
Impresión | Argentina |
Páginas | 381 |
Esta reseña, como las que le continuarán, parecerán una especie de falta. ¿Por qué? He terminado muchos libros, mi promedio normal de uno por semana, pero he decidido dejar de lado el traerlos al blog, sea porque me tomarán más tiempo retomar mis notas o temáticas, ya que no están tan claras en mi memoria, sea porque arde con mayor viveza los resientes, iré (espero) solventando poco a poco los pendientes. Por todo esto siento que sería una traición contra mi mismo, y para todo aquel que lea en algún momento estas letras, no hacer esta reseña con anticipación de otras (creo que es más que evidente la opinión que plasmaré), pues la obra ha removido mucho en mi interior.
Tokio Blues se considera la novela cumbre de Murakami, publicada originalmente en 1987, y abre con Toru Watanabe. Hombre que en un viaje aéreo y a partir de una canción de los Beatles, Norwegian Wood, la cual le da el subtítulo a la misma, comienza a rememorar su juventud, más exactamente un pequeño periodo de su vida escolar, y otra más amplia de su adolescencia en la universidad.
El centro de sus recuerdos tiene nombre propio, aunque no un rostro, pues ya tanto tiempo ha transcurrido (alrededor de veinte años), y este parece borroso; Naoko será aquella que atraviese transversalmente esta gran etapa de la vida de Watanabe, y el centro de nuestra historia.
"Aunque, si me tomo el tiempo suficiente, puedo revivir su imagen. Sus manos pequeñas y frías, su pelo liso, tan bonito y agradable al tacto; los lóbulos de sus orejas, suaves y carnosos, y el lunar que tenía debajo; el elegante abrigo de piel de camello que solía llevar en invierno; su costumbre de mirar fijamente a los ojos cuando hacía una pregunta; el ligero temblor que, por una u otra razón, vibraba en su voz (como si estuviera hablando en lo alto de una colina barrida por un fuerte viento). Al sobreponer estas imágenes, su rostro emerge de repente. Primero se dibuja su perfil. Tal vez porque Naoko y yo solíamos andar el uno al lado del otro. Por eso el perfil es lo que primero emerge en mi recuerdo. Después ella se vuelve hacia mí, me sonríe, ladea la cabeza, me habla y me mira fijamente a los ojos. Tal vez esperaba ver en ellos el rastro de un pececillo que cruzaba, veloz como una centella, el fondo de un manantial de aguas cristalinas".
Desde el principio, y como solo podría ser una historia que apela a la memoria de una etapa conyuntural de cualquier ser humano, estamos ante una historia de amor (o desamor), donde la nostalgia de esa época donde es tan importante el descubrimiento, estará marcada por eventos tanto positivos como negativos, impregnado son esos aromas únicos de ternura, egoísmo, desinterés, optimismo y un sin fin de emociones que se turnan en una montaña rusa.
Solo hay que poner atención a cada elemento del primer capítulo, que no pasa de quince páginas de contenido, para entender las emociones que se retratan paso a paso:
—Watanabe, ¿me quieres?—Claro —respondí—¿Puedo pedirte dos favores?—Incluso tres.Naoko sacudió la cabeza sonriendo.—Con dos es suficiente. El primero es que te agradezco que vengas a verme. Estoy muy contenta y me... me ayuda mucho. Quizá no lo parezca, pero es así.—Volveré a venir —dije—. ¿Y el otro?—Que te acuerdes de mí. ¿Te acordarás siempre de que existo y de que he estado a tu lad—Me acordaré siempre.
Ahora, como tragedia amorosa no estaría completa sin la existencia de los obstáculos. En este caso, originalmente, Naoko tiene una relación amorosa desde la más tierna infancia con Kizuki, mejor amigo de Watanabe. Sin embargo, el golpe sobreviene cuando, en la misma secundaria cuando, sin previo aviso, y después de un mismo día de disfrute con Watanabe, Kizuki se quitará la vida. Esto podría sonar como un evento desafortunado para Naoko y no tanto para Watanabe, pero resulta ser desastroso para ambos.
Toru, terminando la secundaria, decide irse a una universidad alejada de su pueblo para eso mismo, alejarse de todo. La muerte de su amigo, junto a los sentimientos encontrados por Naoko, serán una mezcla dolorosa y volátil; un año después de su partida, se encontrará con ella de manera fortuita.
Nuestro protagonista es estudiante de teatro y, como suele pasar con todo estudiante universitario, se relacionará con otras personas. Serán relevantes, entonces, Tropa-de-Asalto, compañero de habitación que destaca por varias particularidades. Si bien es un chico sencillo, tiene una fijación bastante fuerte, sino obsesiva, por la limpieza. La pulcritud. Esto llama la atención de otros, haciendo de el su burla, pues es común que las piezas de estudiantes masculinos sean un desastre. A esto se suma que todos los días hace ejercicios, en un horario estricto, y no da para nada su brazo a torcer cuando incomoda. Es de respuestas cortas, pragmáticas y, de entrada, lógicas y obvias, que colindan con la sinceridad y candidez, lo que hace que sea un personaje regulador. En otras palabras, el que genera un muy buen ambiente humor y distención.
Nagasawa es un estudiante de semestres superiores a Toru, el cual se puede clasificar dentro de la élite. El chico, en apariencia, es perfecto. Tiene un carisma arrasador y es de calificaciones excepcionales. Su mentalidad puede chocar a cualquiera, pues es sincero hasta rayar en el irrespeto y la pedantería. Claro, esto último lo hace con aquellos en los que hay una confianza o un ejercicio de poder que no pone en peligro nada que él desee o valore. Considera que prácticamente todo el mundo son basura. Que sus vidas son particularmente insignificantes, por lo que él, que vienen de una familia de influencia económica y social, y entiende cómo todos lo admiran, no se queda quieto en esa zona de confort, sino que se exige al máximo estudiando idiomas y siendo el mejor, siempre apuntando a ser un gran diplomático. Es mujeriego, a pesar de tener una muy buena chica como novia, Hatsumi, y no le importa que esta sepa que se acuesta con diferentes mujeres cada vez. Así es, y no va a cambiar por nadie. Establece amistad con Toru porque es el único que no se deja deslumbrar por lo que aparente, y su gusto por la literatura occidental. Un texto que se comenta más de una vez es El Gran Gatsby.
Midori Kobayashi es otra estudiante que casualmente comparte una clase con Toru, pero cuya amistad comienza un día cualquiera en una cafetería donde ella, tomando la iniciativa, deja de lados sus amigas para hablarle. Es una chica extrovertida que se sale de estereotipo; al menos de lo expresamente común. Hace preguntas que en primera instancia parecen extrañas o poco asertivas, al tiempo que se comporta medianamente caprichosa. Todo esto, por su puesto, tiene su correspondiente trasfondo, que por un lado puede definirse como cruel; por otro, simplemente mala suerte.
Por el otro lado conoceremos a Reiko. Una mujer mayor que tiene una relación estrecha con Naoko. Eso sí, querido lector, si bien puedes buscar la relación entre estos dos personajes, tal vez que te lleves un chasco de tipo spoiler, y por ello mismo no ahondaré en ella.
En síntesis, al menos hasta este momento, tenemos la vida de un hombre que recuerda su adolescencia universitaria, que oscila entre un amor de tierna juventud y que reaparece, ya con cierta experiencia, cuando es un universitario, todo atravesado por situaciones que implican la enfermedad, la muerte y, en especial, la soledad.
Opinión y crítica
No es para nadie un secreto que Murakami es una especie de paria en su natal Japón. Además, un autor que no solo no gusta mucho en su país de origen, sino que tampoco en occidente. ¿Por qué lo digo? Fácil. A diferencia de muchos otros nombres que tienen portentosas calificaciones en plataformas como GoodReads, y opiniones muy consolidadas tanto positivas o negativas, el caso de nipón es algo de extremos. O te gusta o no te gusta. Es criticado, hasta mememizado, cada año con el Nobel, y bendecido por sus lectores asiduos. ¿Pero qué me pareció? Bueno. Tratando de dar un contenido razonable, pero no por ello totalmente imparcial (confieso), creo tener razones más o menos claras de porqué no gusta, pero porqué a mi sí.
Murakami ha sido tachado de repetir una misma fórmula en sus historias, cosa que no sé, pues esta es la primera novela que he explorado; al mismo tiempo lo han llamado machista, y criticado su estilo de escritura. Tal vez esto lo alcanzo a entender un poco.
A ver, Tokio Blues es la novela más famosa de este autor. A saber, es representante, al parecer, de su madurez como escritor. De ser esto cierto, es un buen suministro para entender esa relación amor-odio que suscita.
Tokio Blues tiene, en primer lugar, personajes reales. ¿No suena esta demasiado obvio? No, con seguridad. Cuando se narra una historia hay cientos, si no es que miles, de enfoques que permiten enriquecerla. En este caso la base que fundamenta los personajes parece ser seres humanos con problemáticas reales, atravesados por situaciones que pueden ocurrir a cualquiera y caracterizándolos de tal manera que no hay héroes, villanos, sujetos especiales o que el protagonista tenga ese elemento que lo hace único. No. De hecho solo conocemos a Toru como adulto a través de esta experiencia adolescente. Poco o nada sabemos de más vivencias de su infancia o la secundaria, de sus padres, como del espacio que ha vivido desde la universidad a su actual vida adulta.
Segundo, es una escritura sobria. Con esto no quiero decir falta de estilo o bellamente endosada de figuras literarias, sino, mejor, que da un lugar correspondiente con vocabulario tal y como lo merece. Por ejemplo, en la mayoría de situaciones sexuales encontramos expresiones como penetrar, orgasmo, ect. Propias de tales situaciones. Pero esto puede llegar a ser chocante con descripciones cortas, concisas y que van al grano, al punto que se sienten descarnadas:
“…asió mi pene erecto. Su vagina, húmeda y cálida, me esperaba. Sin embargo, cuando la penetré sintió mucho dolor. Le pregunté si era la primera vez, y ella asintió. Me quedé desconcertado [...] Introduje el pene hasta lo más hondo, lo dejé inmóvil y la abracé durante mucho tiempo. Cuando vi que se tranquilizaba, empecé a moverlo despacio y, mucho después, eyaculé. Al rato [...] me abrazó muy fuerte y gritó. Era el orgasmo más triste que había oído nunca”.“Sin embargo, una vez en la cama pareció transformarse en otra persona. Sensible a mis caricias, se retorcía, gritaba. Cuando la penetré, me clavó las uñas en la espalda y, al acercarse el orgasmo, pronunció dieciséis veces el nombre de otro hombre. Lo sé porque las estuve contando para retrasar la eyaculación. Nos quedamos dormidos”.
Como se puede apreciar en estos pasajes, si bien son retratos del acto sexual, no son ni pornográficos, ni mucho menos eróticos. Son solo eso. Hechos que van llenando a Toru, y que si bien son dignas de mencionar, también llegan a ser parte de un cúmulo de experiencias que lo van construyendo junto a muchas otras como persona. Pero hay que dejar la salvedad que si se es un lector corto de vista, posiblemente estos fragmentos hagan ruido, al punto que se puede tomar por bandera lo que es mera parte de la composición.
Tercero, parece que es un autor que escribe para sí mismo y no para otros, lo que hace que sea un texto claramente hecho por un hombre y logra bastante bien retratar la adolescencia. Y no nos intentemos engañar, si pasamos por la pubertad, esta se puede definir como un vacío; ni muy pequeño para ser niños, ni muy grande para ser adulto. En esta, el sexo y las relaciones de pareja están como plato principal frente a otros problemas. No sé como sea la experiencia femenina, pero la masculina colinda entre el deber de responder socialmente como hombre, como el luchar con el dejarse llevar por las emociones y los placeres, a la par que las responsabilidades que no autoimponemos. Es una situación que nos asfixia y solamente el hallazgo de nuevos refugios, que en muchas ocasiones son otras personas, otros cuerpos, nos hacen madurar. Es decir, vivimos de la prueba y el error, ignorando la sabiduría o las palabras de los adultos.
Mostrar la fortaleza que se supone debe tener el sexo masculino, además de sumado a todas las características de la sociedad japonesa, junto a ese horrible sentimiento de impotencia al no poder hacer algo, en los momentos cruciales, sobre la vida de aquellos que amamos, es un elemento clave en esta obra que solo hace ahondar en la soledad.
Sobre la anterior mencionada no hablaré, pues no solo es algo en lo que se hace énfasis en la mayoría de reseñas que se pueden encontrar, sino que la experiencia de abordar el libro, junto a ese elemento de añoranza y pérdida que evoca desde las primeras páginas, debería ser, y lo creo firmemente, recreado y vivido por la mente del lector. Además de otra pieza clave como lo es la enfermedad mental, debe ser descubierta de manera autónoma y tratar de ser encajada a partir de la intención del nipón, es asunto personal.
Creo que Tokio Blues es una excelente novela pero no para cualquiera. Por más que Murakami tenga esa vena occidental, plasmada ampliamente a través de Toru, no deja de ser profundamente japonés, tanto por los presupuestos sociales que arrastra, como la lentitud melancólica del recuerdo que va de principio a fin. Por ello, muchos la sentirán como una obra a tragar rápidamente, pero que en un sentido estricto, debería tomarse el tiempo para ser masticar. Su lenguaje sencillo puede ser engañoso, pues es muy fácil de leer. Lo difícil es el hecho de apuntar en donde debe hacerse el acento para valorarla con coherencia; por intentar salirse de los estereotipos de personajes que, en las obras tradicionales, por obra y gracias de la pluma de su creador, superan sus dilemas para ser felices, o evocar un mundo libre de dificultades en algún futuro. No. Varias veces, lector, durante este camino de letras que les traigo, créanme que no solo se espinarán los pies, sino que este hombre les hará estrellarse el corazón con la realidad.
No siendo más, por su puesto que te recomiendo ampliamente esta obra.
Así que, con una cerveza en la mano y un blues de fondo,
con todo cariño
R31K3
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