Ficha técnica |
|
Título |
La canción de Aquiles |
Autor |
Madeline Miller |
Tipo |
Novela |
Editorial |
Suma |
Primera edición |
2012 |
Impresión |
España |
Páginas |
504 |
De entrada debo afirmar que la
canción de Aquiles es un libro que ha tomado popularidad por razón equivocada. La
moda. Pero esto si bien lo abordaré un poco más adelante, me da gusto porque en
la guerra de la literatura, a veces todo se vale.
El libro se enmarca en lo que se
denomina ahora retelling. Autores que toman obras clásicas de la
literatura y vuelven a contarla desde otros puntos de vista. No por nada Madeline
Miller, la escritora, estudió filología clásica en la Universidad de Brown,
además de su maestría, y ha participado en la adaptación de obras clásicas para
las artes escénicas. Realmente una hoja académica no solo sobresaliente sino
sobrecogedora, (especialmente para mi que me familiarizo con los temas por mi
profesión).
Ahora, para los lectores menos
versados en clásicos (lo cual no me sorprende especialmente), la canción de
Aquiles retoma los eventos transcurridos en la Iliada de Homero. Ahora, si
estás familiarizado con el libro (lo cual parece no se común ni en círculos
lectores), sabrás que de va su contenido, además de su final. Pero esto no es
así ni para el mejor versado, pues si bien la Iliada en principio es un poema,
y por lo tanto en verso, y La canción de Aquiles es prosa, este último inicia
con la infancia de Patroclo, el hombre que será más cercano al héroe Aquiles, y
no con la peste que ataca a los aqueos, que llevan ya en ese momento nueve años
asediando a los troyanos. A que ya se huelen por dónde van los tiros, ¿no?
Patroclo, hijo de Menecio y
príncipe, es un niño que si bien por derecho merece el trono de su tierra, nace
de la peor forma posible para la antigua Grecia: no tiene ni un solo talento
físico e intelectual. Es tímido, flojo y carece de la proyección propia del
guerrero.
En seguida fui
una decepción, pues salí pequeño y escuchimizado. No era ni veloz ni fuerte, y
tampoco tenía buena voz para cantar. Lo mejor que podía decirse de mi es que
nunca enfermaba. Los niños sufrían resfriados y cólicos a esa edad, pero yo
nunca. Eso fue lo único que hizo recelar a mi padre. ¿No sería yo un niño no
humano al que había cambiado por su hijo? Cada vez que sentía sobre mi el peso
de su mirada me temblaban las manos y mi madre chorreaba vino por la boca y se
manchaba.
Un día, uno de tantos de su
niñez, tenía en su poder unos dados de marfil, de cuyo origen no se acordaba.
Otro niño, de nombre Clisómino, rompió el encanto de la soledad que gozaba en
ese momento. Este le pidió a Patroclo que le dejara ver los dados con ojos de
codicia, a lo cual este último se negó rotundamente. Esto hizo que ambos
entraran en un forcejeo en el que intercambiaban insultos como cobarde o
embustero. Sin embargo, la última maniobra del pequeño para proteger sus dados
fue empujar con todas sus fuerzas, haciendo que accidentalmente Clisómino
recibiera un golpe tan fuerte que muriera.
Yo le miraba
fijamente mientras se me hacía un nudo en la garganta, horrorizado por las
consecuencias de mis actos. Con anterioridad, jamás había presenciado la agonía
de un ser humano. Había visto morir algunos toros, y a las cabras, y también
había visto dar boqueadas a un pez hasta quedar inerte. Había contemplado la
muerte en las pinturas y en los tapices, ya también en las figuras negras de
las hidrias, pero jamás había visto esto: la vibración del estertor, el ahogo,
la desesperación, el olor a sangre.
Patroclo, a causa de esto, se vio
sin familia ni herencia. Y antes de que su padre gastara un dineral en
un funeral digno por la pena de muerte como compensación, lo termina exiliando
en uno de los estados más pequeños: Ftía.
Esta tierra era gobernada por
Peleo. Hombre de gran respeto y características propias del ideal griego. Era
fuerte, apuesto y valiente. Además, “superior a todos los monarcas en lo
tocante a su piedad”. Tenía por esposa a una ninfa, y su descendencia, con
esta mezcla de sangre de dioses, se veía beneficiada en todo sentido, pues se
sumaba el hecho de que las Moiras (personificación del destino) había predicho
que el hijo de Peleo sería muy superior al padre.
Ahora, en Ftía, y refiriéndonos
al hijo de Peleo, será el coprotagonista de esta historia: Aquiles. Pequeño de
buenas maneras pero que no asiste a ningún entrenamiento como lo hacen los
otros. De hecho, todo lo relativo a su ejercitación es un secreto. Además,
debido a su belleza y clara importancia, es seguido por diferentes chicos para
que alguno sea su mano derecha. Algo así como compañero de armas.
Desde este punto, Patroclo luchará, primero, por sobrevivir al mundo que lo rodea; segundo, a sobrellevar su personalidad que se alinea con su falta de talento; tercero, a la relación que comienza a estrecharse con Aquiles.
Hasta acá no hay nada nuevo para,
como nombré anteriormente, el conocedor de la Iliada. La relación de Aquiles y
Patroclo es el elemento central tanto de la obra clásica como de la presente. ¿Y
qué me parece como tal el libro? Maravilloso por varios aspectos.
Muchas veces la literatura
clásica, pero verdaderamente clásica, se hace engorrosa y difícil de leer.
Esto, seguramente, para un profesor promedio del español o lengua castellana
podría sonar terrible. ¿Acaso es posible cambiar aquellos libros fundantes de
nuestra sociedad por la adaptación del mismo? Francamente sí. ¿Por qué? La Iliada,
visto más arriba, es un poema. Esto no solo da a entender el estilo de
escritura sino el lenguaje que se usa. Palabras como pelida, herinías u otas
más simples como vituallas, no aparecen en un vocabulario regular del habla
diaria. De hecho, leer la Iliada o La odisea son un verdadero reto que no cualquiera
asume. Y si este tipo de textos tienen por objetivo difundir las viejas
historias y es más aceptado, bienvenido sea.
A esto se suma que mantiene el
tono fantástico. Es difícil, bastante, pensar en criaturas mágicas o
mitológicas a la par de una historia que se manifiesta en toda su materialidad.
Pero acá se logra. Te convences de la existencia de seres como las nombradas
Moiras, de la semidiosa madre de Aquiles, del centauro Quirón. Incluso los
dioses vengativos que se aplacan con sacrificios.
¿Hay algo de malo en la novela?
No realmente. Y buscar de manera incesante podría ser innecesario. Podría
afirmarse que hay personajes que se nombran y deberían ser importantes, como
ciertos dioses, pero eso es buscarle una pata innecesaria al gato.
He visto comentarios positivos
que tristemente se centran en la homosexualidad de los protagonistas. Otros negativos
que caen en lo mismo. Y si bien es importante este romance, porque para nadie
es un secreto que la homosexualidad era más común en la Grecia antigua, se
pierden aspectos muy importantes y ricos en cultura. Por ejemplo, la
inmisericorde guerra que se ceba con ambos bandos, o de las intrigas que traman
los líderes para acceder a la obediencia y mantener el ejercicio de poder. En
fin.
Lo que me queda por decir es que
es una buena obra, bastante fiel a los cantos del original. Que refresca aquellas
historias que nos constituyen como cultura occidental. Y que ojala (esto es más
una esperanza que una plegaria), algo le quede a los lectores más allá de una
trama homosexual.
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