Ficha Técnica |
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Título |
Ensayo sobre la ceguera |
Autor |
José Saramago |
Editorial |
Alfaguara |
Primera edición |
2022 |
Impresión |
España |
Páginas |
424 |
ISBN |
978-84-204-4269-3 |
José Saramago es un Nobel de
literatura que no pasa por alto para aquellos lectores que tienen gustos
exquisitos, o que desean explorar grandes obras. En este caso, Ensayo sobre la
ceguera puede considerarse como su obra cumbre (al menos a nivel de
popularidad), en donde de entrada el título puede atemorizar, pues parece no
limitarse a la clásica frase que busca tentar al lector para aventurarse, sino
que descoloca un poco, pues contextualiza, hasta cierta medida, la obra dentro
del ámbito académico. Esto hace parte de su encanto, pues cuando exploras el
contenido del libro (y si eres un lector que busca profundidades), te volverás a
la portada y tratar de establecer la relación de aquel nombre y su contenido.
La historia nos ubica en una
calle de una ciudad desconocida. Más específicamente en una calle cuyo semáforo
cambia a color rojo y se enciende el indicador verde para el paso peatonal.
Allí, en el momento en que el cambio se da y el verde aparece para dar paso a los
motorizados, un automóvil simplemente no se mueve. Mantiene el motor encendido,
pero no anda. A pesar de los pitidos de los otros automóviles para continuar su
destino no se hacen esperar, y ante el creciente bullicio, y hombres que
golpean las ventanas cerradas del automóvil estacionado, el conductor se ve
gritar desde el interior, y poco o nada de interés en arrancar. ¿Por qué? Resulta
que sus gesticulaciones solo manifiestan un mensaje claro cuando logran abrir:
estoy ciego.
Este descubrimiento lo hace con
el mayor dolor del mundo, pues su ceguera no es solo repentina sino extraña; no
es negra, como cabría esperar, sino blanca. Una ceguera que se describirá como
una blancura brillante, infinita; lechosa.
En su desesperación, pues no solo
no puede manejar, sino que toda posibilidad de volver a casa desaparece, una
voz desconocida parece ocuparse de él. Esta persona se ofrece a llevarlo a su
casa. Esta no estaba lejos del lugar de los hechos. Allí, en su apartamento,
según el ciego, lo estará esperando a su esposa. Sin embargo, no todo es
satisfacción, pues ese desconocido que se presenta como un alma caritativa, es realmente
un ladrón que aprovecha la buena fe del nuevo invidente, para poco después robarle
el auto.
En el consultorio encontraremos
los que serán el resto de los personajes principales de esta historia, y que esperan
su correspondiente turno para el oculista: un viejo de una venda negra, un niño
estrábico con su madre, una joven de gafas oscuras y el médico oculista.
Como es una emergencia, el ciego
entrará antes que los demás pacientes (por su puesto habrá algo de
inconformismo con las personas que estaban antes que ellos). Aquí nos enteramos
que este ciego tiene 38 años y que el examen por parte del médico no arrojará
luz alguna sobre la cuestión de su ceguera, pues no hay nada extraño a nivel
físico en sus ojos. Por lo tanto, el médico terminará por enviar al hombre ciego
y a su esposa a casa para posteriores exámenes, mientras comienza a
obsesionarse con el tema de la ceguera tan particular de este hombre, a tal
punto que consultará a un conocido, y consultará libros sobre enfermedades
oculares. Lo que se sabrá poco después es que la ceguera de este primer hombre
es de carácter contagioso, haciendo que poco a poco las primeras víctimas
(quienes estaban en la sala de espera), no solamente se queden ciegas, sino que
serán el factor inicial para esta pandemia de ceguera.
De allí en adelante se
desarrollan una serie de eventos que describe cómo son tratados estos primeros
pacientes de ceguera contagiosa y los posibles casos de contagio no
manifestado: el aislamiento. Nuestros protagonistas, junto a muchas otras
personas, tendrán que sobrevivir en un manicomio desocupado que usará el
gobierno de manera improvisada para tratar de contener el contagio. Todo esto,
tratando de tenerlos en las condiciones más dignas posibles. Hay un horario que
asegura, al menos al principio, el suministro de alimento y medicamentos.
También una hora determinada en que se apagan y prenden las luces (aunque esto
último es irrelevante).
Como puede esperarse, esta
historia solo irá de mal en peor, no solo por el contagio masivo y el
hacinamiento al que se verán sometidos, sino a la convivencia de personas que
no saben cómo vivir sin el sentido de la vista.
En lo que respecta a mi valoración, no está por demás decir, obviamente, que es totalmente positiva. En primer lugar, porque la obra está escrita de una manera bastante particular (que me recuerda a El otoño del patriarca de García Márquez), donde los párrafos son increíblemente largos, y no se mantiene (o respeta en sentido favorable) la ortografía tradicional. Por ello, cabe recalcar, que a pesar de estas características que podrían contrariar tanto a un lector asiduo como a uno ocasional, el recorrido por el libro se siente bastante ligero y sencillo. A esto hay que sumarle la prosa que dista de muchos autores que he explorado, pues se conjuga una narrativa magistral que no necesita ponerle nombre a ningún personaje para caracterizarlo (sí, lo repito. Ningún personaje tiene nombre propio), al tiempo que ameniza con humor sutil de tinte negro, y una inserción de razonamientos acerca de la naturaleza humana. Aquí es en donde, a mi parecer, se armoniza el título con el contenido.
Es claro que ensayo sobre la
ceguera es una exposición del tipo “¿qué pasaría si…?”. Tal vez esto no resulta
sorprendente para el lector que escribe o simplemente le gusta analizar los
argumentos de los libros, pues esta pregunta puede ser directriz tanto de la
idea central de un escrito como de los personajes. Se podría entender desde:
¿qué pasaría si toda la humanidad queda ciega? O ¿qué pasaría si la ceguera se
contagiara como un virus? O ¿qué pasaría si la ceguera se volviera una
pandemia? Pero tales suposiciones iniciales para entender este libro son solo
eso, el inicio, pues los razonamientos anteriormente mencionados, retratan un
contenido filosófico y, más importante aún, antropológico. Pero veamos un par
de fragmentos que puede ilustrar esto:
“La sangre,
pegajosa al tacto, le inquietó, pensó que sería porque no podría verla, su
sangre era ahora una viscosidad sin color, algo en cierto modo ajeno a él y
que, pese a todo, le pertenecía, pero como una amenaza contra sí mismo”.
“Los escépticos sobre la naturaleza humana, que son muchos y
obstinados, vienen sosteniendo que, si bien es cierto que la ocasión no siempre
hace al ladrón, también es cierto que ayuda mucho”.
“La conciencia moral, a la que tantos insensatos han
ofendido y de la que muchos más han renegado, es cosa que existe y existió
siempre, no ha sido un invento de los filósofos del Cuaternario, cuando el alma
apenas era un proyecto confuso. Con la marcha de los tiempos, más las
actividades derivadas de la convivencia y los intercambios genéticos, acabamos
metiendo la conciencia en el color de la sangre y en la sal de las lágrimas, y,
como si tanto fuera aún poco, hicimos de los ojos una especie de espejos
vueltos hacia dentro, con el resultado, muchas veces, de que acaban mostrando
sin reserva lo que estábamos tratando de negar con la boca. A esto, que es
general, se añade la circunstancia particular de que, en espíritus simples, el
remordimiento causado por el mal cometido se confunde frecuentemente con miedos
ancestrales de todo tipo, de lo que resulta que el castigo del prevaricador
acaba siendo, sin palo ni piedra, dos veces el merecido. No será posible, pues,
en este caso, deslindar qué parte de los miedos y qué parte de la conciencia
abatida empezaron a conturbar al ladrón en cuanto puso el coche en marcha”.
“Simplificando,
pues, se podría incluir a esta mujer en la categoría de las llamadas
prostitutas, pero la complejidad del entramado de relaciones sociales, tanto
diurnas como nocturnas, tanto verticales como horizontales, de la época aquí
descrita, aconseja moderar cualquier tendencia a los juicios perentorios,
definitivos, manía de la que, por exagerada suficiencia, nunca conseguiremos
librarnos”.
“Hay mil
razones para que el cerebro humano se cierre, sólo extendió las manos hasta
tocar el vidrio, sabía que su imagen estaba allí, mirándolo, la imagen lo veía
a él, él no veía la imagen”.
Esta es solo una pequeña muestra de menos de las primeras veinte páginas, pero que va hilando la historia de un fenómeno aparentemente natural, y pone en tensión uno de los principios humanos más importantes: la dignidad.
Si bien existen algunas distopias
modernas que son enfocadas al lector joven (las cuales a veces disfruto leer),
esta obra aún se siente bastante fresca a ojos contemporáneos, pues no apela a
héroes o mártires, tampoco a una economía a nivel del lenguaje o simpleza que
raya en la superficialidad. No. Por el contrario, pone el dedo en la llaga de
nuestra frágil realidad. Igualmente, encontramos relaciones abiertas y
explícitas con la cotidianidad. Así, por ejemplo, se tocará la alimentación, el
periodo (o regla) en las mujeres, los desperdicios físicos como la orina o la
mierda, todo esto en con una ambientación saturada de olores, texturas, y
sonidos, que se vuelven el recurso indispensable para tratar de orientarse en
este mundo sin vista.
Igualmente, los estragos
psicológicos no se hacen esperar, pues la experiencia estética, como la belleza,
ya no radica en la imagen sino en esos otros aspectos que se puede percibir con
los recursos que aun quedan, como la voz y el mismo tacto.
Pero aun no. No. Allí no para.
Encontraremos que este nuevo reino de la ceguera no está exenta de las
necesidades básicas, y me refiero plenamente a las sexuales, al punto que hará
que el cuerpo de la mujer (tal vez como en el principio de los tiempos hasta
nuestros días) se tome como moneda de cambio.
A todo esto, y mucho más, nos
enfrentamos en este libro. Una experiencia que pone en tensión nuestras más
profundas y personales convicciones morales, estéticas, sociales, conceptuales,
etc. Un texto que, si se lee con el mayor detenimiento posible, hará que
descubras pasajes con los cuales, si bien puede que estes de acuerdo o no,
harán que te preguntes más de una vez acerca de aquello que crees verdad. Y no
tengo duda alguna en asegurar que a aquel que haga bien el ejercicio de
interiorizar los eventos aquí incluidos, con la debida paciencia, se verá con
algo más que el estómago removido.
He leído algunas reseñas (no
académicas) sobre este libro en algunos blogs y artículos de revistas, como
guía para el presente escrito. Al tiempo que me apoyo en las opiniones y
comentarios de los integrantes del grupo de lectura Libridinosos, en el cual se
abordó su contenido desde diferentes voces. Sin embargo, he sentido que en se
logra mucho más en estos grupos de lecturas conjuntas a nivel de comprensión,
que, referenciándome por páginas de internet, pues en estas últimas la
superficialidad (y no estoy diciendo que yo le esté dando un tratamiento
extensivo aquí), me desilusionan un poco.
Para cerrar esta reseña debo
decir que el libro, tomándolo con pinzas, da mucho para hablar. Claro, no es
perfecto, y ciertos componentes me parecieron inconsistente con el hecho de que
prácticamente todo el mundo este ciego. Empero, omito esta crítica, no por
limpiarle la cara al autor o el libro, sino porque tendría que dar un spoiler
gigante de manera injustificada. Sin embargo, esto no disminuye en absoluto el
valor intrínseco de tan magna obra, que acierta en diferentes niveles a ser de
aquellos referentes literarios a fuerza.
No siendo más hasta este punto,
gracias mil si llegaste hasta aquí, y espero de corazón que te animes a leer, y
ojalá en más de una ocasión, a Saramago.
Con todo gusto, Reike
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