lunes, 31 de enero de 2022

Reseña: Metafísica de los tubos de Amélie Nothomb

Ficha técnica

Título

Metafísica de los tubos

Autor

Amélie Nothomb

Editorial

Anagrama

Primera edición

2001

Impresión

España

Páginas

143

ISBN

9788433977199

Descubrir “nuevos” escritores es, al menos para mí, algo maravilloso. Y coloco el nuevo entre comillas, porque muchas veces ya estos tienen una buena trayectoria, que por x o y motivo no ha llegado a nuestros oídos. Creo que esto ocurre porque estamos en diferentes burbujas sociales, que nos llevan siempre a los mismos nombres. ¡Terrible costumbre! Más, porque muchas veces la zona de confort se extiende a diferentes aspectos de la lectura, como tu libro favorito, tu escritor intocable o tu personaje "invulnerable". Por mi parte, si bien puedo pensar y elegir en muchas opciones tradicionales para mis lecturas (como Gabriel García Márquez), mes a mes descubro o escritores u obras excepcionales. Así que, sin más preámbulos, inicio con el contenido de esta reseña (y mi clara opinión positiva de antemano) de Metafísica de los tubos de Amélie Nothomb.

Nothomb, cuyo nombre completo es Fabienne Claire Nothomb, es una escritora de origen belga, la cual tiene como particularidad haber nacido y vivido sus primeros años en Japón (entre muchos otros países), a causa de que su padre era un diplomático. Esto conlleva a que su vida se vea sumergida en la exploración de diversas culturas que comprenderán dese este lejano oriente hasta la misma Europa, y de tantas experiencias de vida va dando forma a sus libros que, en ocasiones, son semi autobiográficos. (Esta es una de esas ocasiones).

Cuando entras de lleno en la Metafísica de los tubos, a su primer capítulo me refiero, te estrellas con un texto de especulación filosófico-teológico. Es decir, sobre la existencia de Dios. Ciertamente este abrebocas debería ser, a más de uno, o un enganche claro por las creencias, o generar un tipo de repulsión. Estos razonamientos harán que se sienten las bases mismas de la forma de pensar y actuar del protagonista. En otras palabras, a partir de este primer paso es supremamente importante, pues continuará con el despliegue de los rasgos de personalidad del protagonista.

En el principio no había nada. Y esa nada no estaba ni vacía ni era indefinida: se bastaba sola a sí misma. Y Dios vio que aquello era bueno. Por nada del mundo se le habría ocurrido crear algo. La nada era más que suficiente: lo colmaba […] Dios era la satisfacción absoluta. Nada deseaba, nada esperaba, nada percibía, nada rechazaba y por nada se interesaba. La vida era plenitud hasta tal punto que ni siquiera era vida. Dios vivía, existía.

Varios aspectos de Dios son considerados y explorados breve pero concisamente para atribuirle tal título. El lenguaje, del cual debe carecer; igual pasará con la mirada (pues tiene ojos, pero no observa o mira) y el movimiento en cualquier manifestación, para luego dar pie a las características que le son únicas y que le permiten existir: la de deglución y excreción. Así, los alimentos al no distinguirse unos de otros, sino que cumplen una función determinada, hacen que Dios apenas si perciba su existencia o la existencia de estos en su cuerpo. Por esto mismo, porque “Dios abría todos los orificios necesarios para que los alimentos y líquidos lo atravesaran”, es que a Dios se le llamara tubo.

Tal vez esta comparación podría parecer caprichosa, arbitraria o hasta ofensiva, ¿Dios un tubo? Pues el razonamiento es aún más interesante, y tendrá un peso contundente en dicha comparación a partir de una metafísica de los tubos de Slawomir Mrozek (escritor polaco):

Los tubos son una singular mezcla de plenitud y vacío, de materia hueca, una membrana de existencia que protege un haz de inexistencia. La manguera es la versión flexible del tubo: su blandura no la convierte por ello en algo menos enigmático […] Dios poseía la flexibilidad de la manguera, pero seguía siendo rígido e inerte, confirmando así su naturaleza de tubo. Conocía la serenidad absoluta de cilindro. Filtraba el universo y nada retenía.

Esta metafísica que explica la similitud de Dios con los tubos, como nombré anteriormente, se irá transformando a lo largo de la novela. ¿Cómo? A causa de la materialización de los conceptos en la vida de una niña. ¡Claro! En principio esto podría sonar más que complejo, irracional o incluso oscuro e incomprensible, pero es lo que hace maravillosa esta novela, la forma en que no solo la escritora aterriza este razonamiento, o teoría, sino como retrata con voz de un infante, variando de una lógica que se construye de forma sensata, conjugada con la inocencia.

Estamos entonces frente a la historia de una niña que desde le mismo momento en que nace manifiesta todo este razonamiento acerca de Dios. Tal es el alcance de esto, que el bebé al no llorar (o presentar otra manifestación emocional), los médicos le diagnostican una apatía patológica y terminan por decirle a los padres que “su bebé es un vegetal”. Y a la sugerencia de hospitalizarlo, ellos se niegan, pues ya teniendo dos hijos pertenecientes “a la especie humana”, no les incomodaba uno de “progenie vegetal”. Esto desemboca en que los mismo padres terminan llamando, cariñosamente, al bebé: “La Planta”.

El nombre asignado describía tal cual se comportaba, pues más allá de comer y excretar no hacía absolutamente nada. Siempre en la misma posición. A duras penas se le lograba percibir la respiración, e incluso estos progenitores, en un acto  de curiosidad (y morbosidad si se me permite) de mirar los límites de La Planta, lo dejan varios días sin comer. Mala idea, pues el pequeño se dejaba morir.

Tal era la condición del bebé, que los padres relacionaban incluso la alimentación con su naturaleza. Por ello, darle de mamar para su alimentación no parecía tan natural, como alimentarlo con biberón “varias veces al día, sin percatarse de que, actuando de aquel modo, estaba [la madre] garantizando la conexión entre dos tubos. La alimentación divina era una forma de fontanería”. Sin embargo, como un buen lector podría pensar, ¿no sería limitada la trama donde un bebé no reacciona a nada, y lo único que hay son sus razonamientos acerca de la vida? ¡Por supuesto! Y por ello, en un momento, esta planta comenzará a llorar como nunca antes había hecho, a tal punto que sus padres desearán que su estado estático vegetativo regresara dominante. De aquí en adelante será un descubrimiento del mundo (el mundo humano), donde tendremos a nuestra pequeña criatura desenvolviéndose en un espacio y tiempo, en un constante apelar y replantear su entendimiento.

Si bien parece que he desenvuelto gran parte de la trama, hasta este punto no van más de unas catorce páginas levemente tanteadas, pues el contenido meditativo, del cual ya he dado una saboreada, goza de múltiples matices. Además, el desarrollo de la historia, que abarca los primeros tres años de la pequeña, está llena de experiencias que profundizan, modifican o reafirman planteamientos.

Todo esto podría llegar a sonar muy técnico, incluso aburrido. Como si de un libro de filosofía se tratase. Nada más alejado de la realidad (al menos en lo tocante a lo formal de la filosofía), pues si bien tenemos contenidos de reflexión y referencias, el libro es increíblemente divertido, entretenido y que llegará a tocar diversas sensibilidades. ¿Acaso no se percibe ya el tono de humor (a veces negro) que trae consigo actos como llamar cariñosamente “La Planta” a un bebé que, aparentemente, carece de habilidades motrices?

Un ejemplo de estos comentarios mordaces viene al explicar el origen de nuestra protagonista:

Los padres del tubo eran de nacionalidad belga. Por consiguiente, Dios era belga, lo cual explicaba bastantes de los desastres acaecidos desde el principio de los tiempos. Nada hay de raro en ello: Adán y Eva hablaban flamenco, como ya demostró científicamente un sacerdote de Países Bajos hace ya algunos siglos.

Letras incitantes a la burla, que suaviza o razona. Esa conjugación entre narrativa ficticia y absurda con lugares comunes y creíbles, hace que los pasajes que se pueden tornar como disparatados tengan un peso en la historia, incluso cuando el objetivo de la mofa es la misma protagonista.

-          Necesita música – dijo la madre –. A los niños les gusta la música.

Mozart, Chopin, los discos de los 101 dalmatas, los Beatles y el shaku hachi produjeron en la sensibilidad de la criatura la misma ausencia de reacción.

Los padres renunciaron a convertirlo en músico. De hecho, renunciaron a convertirlo en un ser humano.

¿Cómo se renuncia a que un hijo sea un ser humano? O, exactamente ¿qué es un ser humano? Este tipo de preguntas comienzan a girar en al cabeza del buen lector, que pueden quedarse como tentativas de respuesta a partir del mismo libro, o se pueden extender  más allá de este.

Hasta este punto, he delineado a grandes rasgos el contenido de la obra, tanto en algunas temáticas como a la protagonista. A esto agregaré que aparecerán dos sirvientes de la familia, de origen netamente japonés, y tendrán gran impacto en la formación de la pequeña. Por no hablar de la abuela paterna, que abrirá una puerta que nunca podrá cerrarse: el placer. Este último tema engloba gran parte de la obra: el despertar a la humanidad hacia la que sucumbe Dios.

Uno de los centros que se va propagando en diferentes formas, desde la alimentación, la memoria o la muerte misma, es la estética. La experiencia misma de las sensaciones tienen un puesto elevado, sino fundamental, como orientación y sentido argumental y existencial. Esto, en conjunto con lo ya nombrado, da para diversas interpretaciones del texto. Acá expongo muy brevemente una de las perspectivas: la ya palpada humanidad de Dios.

El viaje de esta pequeña es desde un concepto de Dios que, si bien puede sentirse desviado por cuanto a la relación tubesca que tiene con su misma existencia, desemboca en la humanidad misma. El paso de la deidad al ser humano (aunque técnicamente este Dios siempre fue humano). Esto es interesante por cuanto podríamos ver (aunque caprichosamente, pues esta es mi interpretación), una perspectiva interesante de qué sería si un Dios nace en un cuerpo humano, y con las limitaciones mortales. 

La vida de esta niña, nos sumerge en la mente de un adulto narrando su propia historia, de aquellos acontecimientos en cierta época de su vida que son los que realmente valen la pena. Y esto último es de resaltar, pues si bien iniciamos con una narración en tercera persona, como si de alguien que nos cuenta una historia se tratara, en diversas ocasiones se siente como si fuera el mismísimo testimonio de la pequeña que esta viviendo estos acontecimientos; en vivo y en directo, hablándote de frente. En otras palabras, la voz del narrador entra en un juego que se goza como lector.

La parte filosófica que puede llegar a ser desafiante, hostil o, incluso, meritorio de omisión, es parte de esa mezcla con la estética y la razón de primera mano. Se nombrará la relación de la palabra con la realidad, oposiciones sobre sensualidad e inteligencia, la falla de aquellos pensamientos sobre lo permanente, como esa relación entre la familia, donde el bebé mira el mundo a través de una conciencia adulta (no así con todas sus herramientas, como vocabulario y conceptos), que resulta creíble e interesante.

En definitiva, Metafísica de los tubos resulta ser un texto refrescante entre la literatura que vengo explorando. Primero, porque tiene matices de diferentes aspectos del descubrimiento humano por su realidad, conjugado con la reflexión y la inocencia. Segundo, porque a pesar de dichos contenidos es fácil de leer. Se siente ameno, y a pesar de tratar de una niña que nace y vive en Japón, la cercanía realmente puede sentirse. Tercero, el tono humorístico, que llega a aparentar situaciones hasta incongruentes pero creíbles, hace sentir esta novela, ya de por sí corta, que fluye sin problemas.

Una autora que estoy muy contento de conocer gracias al club de lectura Libridinosos (así encuentran el perfil en Instagram), y donde al parecer se tocarán unas cuantas obras más de esta, desde que el tiempo y la motivación continúen.

Con gran aprecio R31K3

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