Ficha técnica | |
Título | Metafísica de los tubos |
Autor | Amélie Nothomb |
Editorial | Anagrama |
Primera edición | 2001 |
Impresión | España |
Páginas | 143 |
ISBN | 9788433977199 |
Nothomb, cuyo nombre completo es
Fabienne Claire Nothomb, es una escritora de origen belga, la cual tiene como
particularidad haber nacido y vivido sus primeros años en Japón (entre muchos otros países), a
causa de que su padre era un diplomático. Esto conlleva a que su vida se vea
sumergida en la exploración de diversas culturas que comprenderán dese este lejano oriente hasta
la misma Europa, y de tantas experiencias de vida va dando forma a sus libros que, en ocasiones, son semi autobiográficos. (Esta es una de esas ocasiones).
Cuando entras de lleno en la
Metafísica de los tubos, a su primer capítulo me refiero, te estrellas con un
texto de especulación filosófico-teológico. Es decir, sobre la existencia de
Dios. Ciertamente este abrebocas debería ser,
a más de uno, o un enganche claro por las creencias, o generar un tipo de
repulsión. Estos razonamientos harán que se sienten las bases mismas de la forma de pensar y actuar del protagonista. En otras palabras, a partir de este primer paso es supremamente importante, pues continuará con el despliegue de los rasgos de personalidad del protagonista.
En el
principio no había nada. Y esa nada no estaba ni vacía ni era indefinida: se
bastaba sola a sí misma. Y Dios vio que aquello era bueno. Por nada del mundo
se le habría ocurrido crear algo. La nada era más que suficiente: lo colmaba
[…] Dios era la satisfacción absoluta. Nada deseaba, nada esperaba, nada
percibía, nada rechazaba y por nada se interesaba. La vida era plenitud hasta
tal punto que ni siquiera era vida. Dios vivía, existía.
Tal vez esta comparación podría
parecer caprichosa, arbitraria o hasta ofensiva, ¿Dios un tubo? Pues el
razonamiento es aún más interesante, y tendrá un peso contundente en dicha comparación a partir de una
metafísica de los tubos de Slawomir Mrozek (escritor polaco):
Los tubos son
una singular mezcla de plenitud y vacío, de materia hueca, una membrana de
existencia que protege un haz de inexistencia. La manguera es la versión flexible
del tubo: su blandura no la convierte por ello en algo menos enigmático […]
Dios poseía la flexibilidad de la manguera, pero seguía siendo rígido e inerte,
confirmando así su naturaleza de tubo. Conocía la serenidad absoluta de
cilindro. Filtraba el universo y nada retenía.
Esta metafísica que explica la
similitud de Dios con los tubos, como nombré anteriormente, se irá
transformando a lo largo de la novela. ¿Cómo? A causa de la materialización de los conceptos en
la vida de una niña. ¡Claro! En principio esto podría sonar más que complejo,
irracional o incluso oscuro e incomprensible, pero es lo que hace maravillosa
esta novela, la forma en que no solo la escritora aterriza este
razonamiento, o teoría, sino como retrata con voz de un infante, variando de
una lógica que se construye de forma sensata, conjugada con la inocencia.
Estamos entonces frente a la
historia de una niña que desde le mismo momento en que nace manifiesta todo este razonamiento acerca de Dios. Tal es el alcance de esto, que el bebé al no llorar (o presentar otra manifestación emocional), los médicos le
diagnostican una apatía patológica y terminan por decirle a los padres que “su bebé es un vegetal”. Y a la sugerencia de hospitalizarlo, ellos se niegan,
pues ya teniendo dos hijos pertenecientes “a la especie humana”, no les
incomodaba uno de “progenie vegetal”. Esto desemboca en que los mismo padres terminan llamando, cariñosamente, al bebé: “La Planta”.
El nombre asignado describía tal cual se comportaba, pues más allá de comer y excretar no hacía absolutamente nada. Siempre en la misma posición. A duras penas se le lograba percibir la respiración, e incluso estos progenitores, en un acto de curiosidad (y morbosidad si se me permite) de mirar los límites de La Planta, lo dejan varios días sin comer. Mala idea, pues el pequeño se dejaba morir.
Tal era la condición del bebé,
que los padres relacionaban incluso la alimentación con su naturaleza. Por
ello, darle de mamar para su alimentación no parecía tan natural, como
alimentarlo con biberón “varias veces al día, sin percatarse de que, actuando
de aquel modo, estaba [la madre] garantizando la conexión entre dos tubos. La alimentación
divina era una forma de fontanería”. Sin embargo, como un buen lector podría
pensar, ¿no sería limitada la trama donde un bebé no reacciona a nada, y lo
único que hay son sus razonamientos acerca de la vida? ¡Por supuesto! Y por
ello, en un momento, esta planta comenzará a llorar como nunca antes había
hecho, a tal punto que sus padres desearán que su estado estático vegetativo
regresara dominante. De aquí en adelante será un descubrimiento del mundo (el
mundo humano), donde tendremos a nuestra pequeña criatura desenvolviéndose en un espacio
y tiempo, en un constante apelar y replantear su entendimiento.
Todo esto podría llegar a sonar muy
técnico, incluso aburrido. Como si de un libro de filosofía se tratase. Nada
más alejado de la realidad (al menos en lo tocante a lo formal de la
filosofía), pues si bien tenemos contenidos de reflexión y referencias, el libro es increíblemente divertido, entretenido y que llegará a tocar diversas sensibilidades. ¿Acaso no se percibe ya el tono de humor (a veces negro) que trae
consigo actos como llamar cariñosamente “La Planta” a un bebé que,
aparentemente, carece de habilidades motrices?
Un ejemplo de estos comentarios
mordaces viene al explicar el origen de nuestra protagonista:
Los padres del
tubo eran de nacionalidad belga. Por consiguiente, Dios era belga, lo cual
explicaba bastantes de los desastres acaecidos desde el principio de los
tiempos. Nada hay de raro en ello: Adán y Eva hablaban flamenco, como ya
demostró científicamente un sacerdote de Países Bajos hace ya algunos siglos.
Letras incitantes a la burla, que
suaviza o razona. Esa conjugación entre narrativa ficticia y absurda con
lugares comunes y creíbles, hace que los pasajes que se pueden tornar como
disparatados tengan un peso en la historia, incluso cuando el objetivo de la mofa es la
misma protagonista.
-
Necesita música – dijo la madre –. A los niños
les gusta la música.
Mozart,
Chopin, los discos de los 101 dalmatas, los Beatles y el shaku hachi
produjeron en la sensibilidad de la criatura la misma ausencia de reacción.
Los padres
renunciaron a convertirlo en músico. De hecho, renunciaron a convertirlo en un
ser humano.
¿Cómo se renuncia a que un hijo
sea un ser humano? O, exactamente ¿qué es un ser humano? Este tipo de preguntas
comienzan a girar en al cabeza del buen lector, que pueden quedarse como tentativas de respuesta a partir del mismo libro, o se pueden extender más allá de este.
Uno de los centros que se va
propagando en diferentes formas, desde la alimentación, la memoria o la muerte
misma, es la estética. La experiencia misma de las sensaciones tienen un
puesto elevado, sino fundamental, como orientación y sentido argumental y
existencial. Esto, en conjunto con lo ya nombrado, da para diversas
interpretaciones del texto. Acá expongo muy brevemente una de las perspectivas:
la ya palpada humanidad de Dios.
El viaje de esta pequeña es desde un concepto de Dios que, si bien puede sentirse desviado por cuanto a la relación tubesca que tiene con su misma existencia, desemboca en la humanidad misma. El paso de la deidad al ser humano (aunque técnicamente este Dios siempre fue humano). Esto es interesante por cuanto podríamos ver (aunque caprichosamente, pues esta es mi interpretación), una perspectiva interesante de qué sería si un Dios nace en un cuerpo humano, y con las limitaciones mortales.
La vida de esta niña, nos sumerge en la mente de un adulto narrando su propia historia, de aquellos acontecimientos en cierta época de su vida que son los que realmente valen la pena. Y esto último es de resaltar, pues si bien iniciamos con una narración en tercera persona, como si de alguien que nos cuenta una historia se tratara, en diversas ocasiones se siente como si fuera el mismísimo testimonio de la pequeña que esta viviendo estos acontecimientos; en vivo y en directo, hablándote de frente. En otras palabras, la voz del narrador entra en un juego que se goza como lector.
La parte filosófica que puede llegar a ser desafiante, hostil o, incluso, meritorio de omisión, es parte de esa mezcla con la estética y la razón de primera mano. Se nombrará la relación de la palabra con la realidad, oposiciones sobre sensualidad e inteligencia, la falla de aquellos pensamientos sobre lo permanente, como esa relación entre la familia, donde el bebé mira el mundo a través de una conciencia adulta (no así con todas sus herramientas, como vocabulario y conceptos), que resulta creíble e interesante.
En definitiva, Metafísica de los
tubos resulta ser un texto refrescante entre la literatura que vengo
explorando. Primero, porque tiene matices de diferentes aspectos del
descubrimiento humano por su realidad, conjugado con la reflexión y la
inocencia. Segundo, porque a pesar de dichos contenidos es fácil de leer. Se
siente ameno, y a pesar de tratar de una niña que nace y vive en Japón, la
cercanía realmente puede sentirse. Tercero, el tono humorístico, que llega a
aparentar situaciones hasta incongruentes pero creíbles, hace sentir esta
novela, ya de por sí corta, que fluye sin problemas.
Una autora que estoy muy contento
de conocer gracias al club de lectura Libridinosos (así encuentran el perfil en
Instagram), y donde al parecer se tocarán unas cuantas obras más de esta, desde
que el tiempo y la motivación continúen.
Con gran aprecio R31K3
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