lunes, 10 de enero de 2022

Reseña: La milla verde de Stephen King

Ficha técnica

Título

La milla verde

Autor

Stephen King

Editorial

Debolsillo

Primera edición

2013

Impresión

España

Páginas

446

ISBN

9789585579705

Stephen King será recurrente este año, tanto en mis redes como en mi blog, pues si bien ya había explorado parte de IT, y por completo El resplandor y Doctor sueño, La milla verde es el texto que me termino de convencer en adentrarme ampliamente en su obra. Y no es para menos, pero hablaré de esto al final de esta reseña y mejor voy de lleno en el libro. (Lo sé, es común en mi hacer un preámbulo algo extenso, pero me siento impedido en esta ocasión – esto también lo trataré más adelante).

La milla verde, publicada en 1996, es la novela número 40 de King, la cual, como muchas otras de sus obras, ha sido adaptada al cine (1999). También es una obra que se realizó por entregas, como el mismo autor escribirá en el prefacio, en un momento en que esto ya no era tan común.

La historia es relatada por Paul Edgecomb. Un anciano que vive en un asilo, y cuya narración extraordinaria, de la cual es simplemente imposible encontrar registro alguno; ni siquiera noticias relevantes de la época en que sucedió, él es el único que queda vivo y, por tanto, que puede dar testimonio. Los sucesos de la prisión de Cold Mountain (Luisiana), en el bloque E, bloque en el que se recluían los prisioneros condenados a muerte en la silla eléctrica, quedarán plasmados en un libro en el que trabaja día a día.

Él, como funcionario en jefe de dicho bloque en Cold Mountain, supervisó un total de setenta y ocho ejecuciones, cifra la cual asegura que nunca olvidará ni en su lecho de muerte. Esto, porque, ante todo, este carcelero es un hombre ejemplar. Fiel creyente del dios católico-cristiano, es firme, noble y siempre en búsqueda de un equilibrio entre justicia y castigo. No carece de malos pensamientos, como cualquier persona, pero sí goza del temple suficiente para cumplir con su trabajo, al punto que afirma, que si algo aprendió en sus años en el bloque E “fue a no rechazar las peticiones de los condenados a menos que no quedara otro remedio”.

Edgecomb, como jefe de bloque, tenía como subordinados, y amigos, a Dean Stanton, Harry Terwilliger y Brutus Howell. También, un subordinado más que funcionará como un antagonista de la novela: Percy Wetmore.

El centro se hace en John Coffey. Un condenado a muerte por violación y asesinato de dos pequeñas niñas: Las gemelas Detterick. Sin embargo, Coffey es más particular de lo que cualquier otro hombre destinado a morir podría ser. El mismo Edgecomb lo describe como “el hombre más grande que he conocido en mi vida”. De hecho, este hombre negro, al llegar al bloque E, estaba encadenado tanto de muñecas y tobillos, y tenía una altura de metro noventa y ocho centímetros. Un cuerpo musculoso y tan grande, que la ropa de presidiario de mayor talla le quedaba estrecha. El pantalón se mostraba a mitad de las pantorrillas, “La camisa se abría a la mitad del pecho y las mangas apenas alcanzaban a cubrirle los antebrazos”. Tal era la imponente imagen de Coffey, que parecía que con facilidad podría romper sus cadenas. Cosa que se contradecía con su rostro. Pues sus ojos y sus facciones no exteriorizaban la mueca de un frío asesino, un condenado o siquiera un criminal, sino se plasmaba en el un hombre perdido.

En el bloque E había un total de seis celdas, las cuales nunca estuvieron llenas al tiempo, pero durante la estadía de Coffey otras dos alcanzaron a estar ocupadas. Una por un francés de nombre Eduard Delacroix; otra, por William Wharton (a quien le gustaba que le dijeran Salvaje Bill).

El francés estaba condenado por violar y matar una joven, cuyo cuerpo trató de quemar con gasolina en la parte trasera donde esta vivía, sin prever que desataría un incendio y mataría otras seis personas (muy mala suerte); Bill (o Billy según la traducción) estaba allí por triple homicidio, además de cargar con otros crímenes que se van conociendo.

Ahora, como se nombró anteriormente, Coffey parece todo lo contrario a lo que se lee en su expediente. Pues si bien el crimen que cometió se puede catalogar como monstruoso, no parece en absoluto la clase de tipo que llevaría a cabo tal acto a pesar de su apariencia. Incluso sus acciones parecen contradictorias a su misma apariencia, pues desde el primer día (o noche) en el bloque E, le pregunta a Edgecomb si apagan la luz a la hora de dormir (cosa que en principio parece tonta o absurda), pues él, a veces, se asusta en la oscuridad, sobre todo si está en un sitio que no conoce.

Estos elementos contraintuitivos – un hombre de un tamaño y apariencia intimidante de personalidad pacífica casi infantil – hacen sospechar desde un inicio a Edgecomb que Coffey es un hombre incapaz de matar siquiera una mosca. Y aun por encima de su deber, la convivencia con el grandulón hará que no solo dude de su crimen, sino que sus tres amigos subordinados también lo harán. Esta incertidumbre se profundizará aún más en el jefe, por cuanto Coffey, en un momento inesperado le pide que entre a su celda (cosa que obviamente no debe hacerse), y hará algo que solo se puede describir como milagroso.

Ahora, hay muchos elementos que nombraré sobre la obra, pero sobre los cuales no haré énfasis. No porque no tengan relevancia, sino por no dar adelantos innecesarios (spoilers). Uno es Cascabel. Un ratón bastante inteligente que se vuelve no solo una especie de mascota del bloque, sino un residente más. Otro es el alcalde Moores, hombre que tiene amistad con Edgecomb, pero que tiene las manos parcial o totalmente atadas sobre lo que pasa en la penitenciaría. Pero si hay algo de lo que vale la pena hablar, aparte de nuestro condenado, es Percy.

Como escribí, este es otro subordinado del jefe Edgecomb, pero no hay posibilidad de que llegue a entablar una amistad. ¿Por qué? Este hombre encarna mucho de lo que podría denominarse los “antivalores”. Es envidiosos, rencoroso, vengativo, mentiroso, y un largo etc. Le sigue. Un ser que gusta y goza con el sufrimiento ajeno, tanto psicológico como mental, pero que, al momento de la verdad, es un cobarde. No se tiene una explicación satisfactoria de porqué Percy está como carcelero en Cold Mountain, más allá del especular del ejercicio de poder sobre los reclusos que le gusta ejecutar. Además, a cualquier percance que siente personal, alardea de “tener contactos” o “conocer personas”, en forma de amenaza; cosa que tristemente es verdad. Lo cierto es que su crueldad se estrella de lleno con las convicciones de Edgecomb. Incluso, se puede afirmar, Percy es un personaje tan bien construido que es fácilmente odiable.

Respecto al libro en general, La milla verde puede resultar un libro bastante deducible, aunque posee giros argumentales muy buenos (de esos que dices “no lo vi venir”), con razonamientos más bien sacados de la manga, los cuales te hacen alzar la ceja y no creértelos, y otros plenamente justificados. Esto, sumado a un final que puede hacerte llorar o al menos removerte tu corazón (dependiendo de tu estado de ánimo o sensibilidad), puede generar opiniones divididas. Aunque la mayoría parecen estar del lado de la favorabilidad.

Tratando de ser justo, y alejándome un poco de estos aspectos, quiero abrir un diálogo con otro contenido que aparece en el libro, y que es ampliamente ignorado en las reseñas que he explorado. Incluso en la Wikipedia se limita a hacer un resumen burdo y tosco, spoileando cuanto se puede. Cosa que siempre digo, puede dañar la experiencia del lector. Porque sí (y acá viene lo duro), este libro cambió mi vida o, al menos, me marcará y lo tendré por referente hasta donde mi razón alcanza a prever.

Esto último puede sonar no solo arriesgado, sino severamente temerario. Son palabras de alto calibre, pero después de más de una semana de terminarlo, y de tener el diálogo correspondiente con los integrantes de la lectura conjunta, continúo pensando en que es la verdad (mí verdad), y ahora expondré el por qué (tratando de ser conciso y sin dilatar la reseña).

Como dije al principio, la novela se toma como un libro creado por Edgecomb, ya viejo y en un ancianato. Así que, dentro de la estructura del libro, se narra tanto las memorias de ese 1932, como su recluida actualidad. En ese ir y venir, se hacen diferentes tipos de comentarios y reflexiones, que varía del humor negro, pasando por la conciencia de la vejez, la consideración de la familia y, por supuesto, la vida y la muerte. Es decir, obviamente no es un tratado filosófico o un texto de superación personal (nada más alejado), pero los contenidos de los que hablo se conjugan tan bien en la narrativa, que parecen ganar hondura, y no alcanzo a comprender el por qué todo esto no es destacado en otras reseñas.

Por ejemplo, cuando se habla del estatus y de cómo las personas buscan la manera de subir en el escalafón social, Edgecomb nos dirá que “a la gente le encantan los hipócritas: saben que llevan uno en su interior, y siempre resulta agradable enterarse de que han pillado a alguien con los pantalones bajados y la polla levantada, y que ese alguien no es uno”. Nada más hermoso y claro, a esas máscaras contemporáneas (y creo que siempre en la raíz de las relaciones sociales), donde la sinceridad hay que resguardarla bajo máscaras en busca de beneficios mayores. ¡Aleluya por aquellos errores que no nos pertenecen!

Toda esta obra (amén por la obviedad), está atravesada por la vejez del narrador. Esta perspectiva de los años que han pasado, pero que se viven en el momento, se plasma en lo extraño que es estar en esa edad, pero no ser totalmente consciente de ello. Pues “ahora que lo veo desde la perspectiva de esta extraña vejez (supongo que la vejez siempre parece extraña a quien tiene que sufrirla)…”. ¿Acaso, cuando estábamos en los primeros años de la secundaria, no teníamos por ídolos a esos chicos cerca a graduarse, y pensábamos que llegar allá era sentirse de una manera determinada; sentirse grande? O, acaso, ¿no llegamos a pensar en la plenitud de la adolescencia que llegar a los treinta, tal vez un poco más allá, era una adultez y madurez digna de un adulto ejemplar? ¿Y qué ha pasado entonces? Creo que ser un adolescente cercano a graduarse, o un adulto de treinta, no se sentía como pensábamos ene se momento. Y lo mismo pasará con la vejez. Un estado extraño el cual tendremos que vivirlo, pero que diferirá de las expectativas que nos creamos.

Este tipo de nimiedades que aparecen en el texto, son las que comencé a cazar y me llevaban a pensar conforme avanzaba en la lectura, que había algo más allá de lo que otros alcanzaban a ver. Por su puesto, podría ser lo contrario; yo, en un afán por encontrar algo que no existía, me creaba una reflexión inexistente. Aun así, mis planteamientos no solo eran confirmados por las reuniones del grupo, sino que acrecentaban dos aspectos importantísimos de un libro con valor verdadero: uno, que los pasajes reflexivos fueran consistentes con la construcción de personajes; dos, que te revelara, o aclarara, algo sobre lo netamente humano. Que te hiciera no solo identificar en algún nivel con esa ficción, sino que te lleve a apuntarte a ti mismo con aquellas preguntas que atentan contra lo que crees que eres tú.

¿Tenemos todos algún precio para callar aquello que debe ser dicho? ¿En tu trabajo, casa o lugar donde más pasas tiempo, haces aquello que realmente quieres y te hace sentir vivo, o solo es una rutina más para, a la larga, esperar tu final inevitable? ¿Es la vejez solo una etapa que ahonda lo que ya sufrimos, como la soledad y el miedo? ¿Podría considerarse el ancianato y el colegio al mismo nivel, como lugares a los que se va obligado, y centrados en liberar, en alguna medida, a aquellos de quienes se pueden considerar como problemas que hablan y caminan? ¿Es la maldad una droga, la cual, al encontrarle el gusto, la consumes y la consumes por ese placer que te produce, al punto de no importarte las consecuencias sobre otros? En fin.

He encontrado en este libro muchas preguntas que pueden tratarse desde diferentes áreas, pero que dentro de la historia de Edcombe, Coffey, Percy, Delacroix, y demás, toman un sentido no solo ficticio, teórico y práctico, sino bella y terriblemente ilustrativo.

Por esto, y mucho más que se me escapa a la extensión de una reseña literaria, es que decidí no hacer una extensiva introducción (además de ser medianamente innecesario a este autor de tal envergadura). En síntesis, recomiendo leer esta obra a la par de llevaruna mente cautelosa, sensible y que recuerde que “hasta un reloj parado tiene razón dos veces al día”.

Con cariño, R3IK3

No hay comentarios.:

Publicar un comentario