Ficha técnica | |
Título | La milla verde |
Autor | Stephen King |
Editorial | Debolsillo |
Primera edición | 2013 |
Impresión | España |
Páginas | 446 |
ISBN | 9789585579705 |
La milla verde, publicada en
1996, es la novela número 40 de King, la cual, como muchas otras de sus obras,
ha sido adaptada al cine (1999). También es una obra que se realizó por
entregas, como el mismo autor escribirá en el prefacio, en un momento en que
esto ya no era tan común.
Él, como funcionario en jefe de
dicho bloque en Cold Mountain, supervisó un total de setenta y ocho ejecuciones,
cifra la cual asegura que nunca olvidará ni en su lecho de muerte. Esto,
porque, ante todo, este carcelero es un hombre ejemplar. Fiel creyente del dios
católico-cristiano, es firme, noble y siempre en búsqueda de un equilibrio
entre justicia y castigo. No carece de malos pensamientos, como cualquier
persona, pero sí goza del temple suficiente para cumplir con su trabajo, al
punto que afirma, que si algo aprendió en sus años en el bloque E “fue a no
rechazar las peticiones de los condenados a menos que no quedara otro remedio”.
El centro se hace en John
Coffey. Un condenado a muerte por violación y asesinato de dos pequeñas niñas:
Las gemelas Detterick. Sin embargo, Coffey es más particular de lo que
cualquier otro hombre destinado a morir podría ser. El mismo Edgecomb lo
describe como “el hombre más grande que he conocido en mi vida”. De hecho, este
hombre negro, al llegar al bloque E, estaba encadenado tanto de muñecas y
tobillos, y tenía una altura de metro noventa y ocho centímetros. Un cuerpo
musculoso y tan grande, que la ropa de presidiario de mayor talla le quedaba
estrecha. El pantalón se mostraba a mitad de las pantorrillas, “La camisa se
abría a la mitad del pecho y las mangas apenas alcanzaban a cubrirle los
antebrazos”. Tal era la imponente imagen de Coffey, que parecía que con
facilidad podría romper sus cadenas. Cosa que se contradecía con su rostro. Pues
sus ojos y sus facciones no exteriorizaban la mueca de un frío asesino, un
condenado o siquiera un criminal, sino se plasmaba en el un hombre perdido.
En el bloque E había un total de
seis celdas, las cuales nunca estuvieron llenas al tiempo, pero durante la
estadía de Coffey otras dos alcanzaron a estar ocupadas. Una por un francés de
nombre Eduard Delacroix; otra, por William Wharton (a quien le gustaba que le
dijeran Salvaje Bill).
El francés estaba condenado por
violar y matar una joven, cuyo cuerpo trató de quemar con gasolina en la parte
trasera donde esta vivía, sin prever que desataría un incendio y mataría otras
seis personas (muy mala suerte); Bill (o Billy según la traducción) estaba allí
por triple homicidio, además de cargar con otros crímenes que se van conociendo.
Ahora, como se nombró
anteriormente, Coffey parece todo lo contrario a lo que se lee en su
expediente. Pues si bien el crimen que cometió se puede catalogar como
monstruoso, no parece en absoluto la clase de tipo que llevaría a cabo tal acto
a pesar de su apariencia. Incluso sus acciones parecen contradictorias a su
misma apariencia, pues desde el primer día (o noche) en el bloque E, le
pregunta a Edgecomb si apagan la luz a la hora de dormir (cosa que en principio
parece tonta o absurda), pues él, a veces, se asusta en la oscuridad, sobre
todo si está en un sitio que no conoce.
Estos elementos contraintuitivos – un hombre de un tamaño y apariencia intimidante de personalidad pacífica casi infantil – hacen sospechar desde un inicio a Edgecomb que Coffey es un hombre incapaz de matar siquiera una mosca. Y aun por encima de su deber, la convivencia con el grandulón hará que no solo dude de su crimen, sino que sus tres amigos subordinados también lo harán. Esta incertidumbre se profundizará aún más en el jefe, por cuanto Coffey, en un momento inesperado le pide que entre a su celda (cosa que obviamente no debe hacerse), y hará algo que solo se puede describir como milagroso.
Ahora, hay muchos elementos que nombraré
sobre la obra, pero sobre los cuales no haré énfasis. No porque no tengan
relevancia, sino por no dar adelantos innecesarios (spoilers). Uno es
Cascabel. Un ratón bastante inteligente que se vuelve no solo una especie de
mascota del bloque, sino un residente más. Otro es el alcalde Moores, hombre
que tiene amistad con Edgecomb, pero que tiene las manos parcial o totalmente
atadas sobre lo que pasa en la penitenciaría. Pero si hay algo de lo que vale
la pena hablar, aparte de nuestro condenado, es Percy.
Como escribí, este es otro
subordinado del jefe Edgecomb, pero no hay posibilidad de que llegue a entablar
una amistad. ¿Por qué? Este hombre encarna mucho de lo que podría denominarse
los “antivalores”. Es envidiosos, rencoroso, vengativo, mentiroso, y un largo
etc. Le sigue. Un ser que gusta y goza con el sufrimiento ajeno, tanto
psicológico como mental, pero que, al momento de la verdad, es un cobarde. No
se tiene una explicación satisfactoria de porqué Percy está como carcelero en
Cold Mountain, más allá del especular del ejercicio de poder sobre los reclusos
que le gusta ejecutar. Además, a cualquier percance que siente personal, alardea
de “tener contactos” o “conocer personas”, en forma de amenaza; cosa que tristemente
es verdad. Lo cierto es que su crueldad se estrella de lleno con las
convicciones de Edgecomb. Incluso, se puede afirmar, Percy es un personaje tan
bien construido que es fácilmente odiable.
Tratando de ser justo, y
alejándome un poco de estos aspectos, quiero abrir un diálogo con otro
contenido que aparece en el libro, y que es ampliamente ignorado en las reseñas
que he explorado. Incluso en la Wikipedia se limita a hacer un resumen burdo y
tosco, spoileando cuanto se puede. Cosa que siempre digo, puede dañar la
experiencia del lector. Porque sí (y acá viene lo duro), este libro cambió mi
vida o, al menos, me marcará y lo tendré por referente hasta donde mi razón alcanza
a prever.
Esto último puede sonar no solo
arriesgado, sino severamente temerario. Son palabras de alto calibre, pero después
de más de una semana de terminarlo, y de tener el diálogo correspondiente con
los integrantes de la lectura conjunta, continúo pensando en que es la verdad
(mí verdad), y ahora expondré el por qué (tratando de ser conciso y sin dilatar
la reseña).
Como dije al principio, la novela
se toma como un libro creado por Edgecomb, ya viejo y en un ancianato. Así que,
dentro de la estructura del libro, se narra tanto las memorias de ese 1932,
como su recluida actualidad. En ese ir y venir, se hacen diferentes tipos de
comentarios y reflexiones, que varía del humor negro, pasando por la conciencia
de la vejez, la consideración de la familia y, por supuesto, la vida y la
muerte. Es decir, obviamente no es un tratado filosófico o un texto de superación
personal (nada más alejado), pero los contenidos de los que hablo se conjugan
tan bien en la narrativa, que parecen ganar hondura, y no alcanzo a comprender
el por qué todo esto no es destacado en otras reseñas.
Toda esta obra (amén por la
obviedad), está atravesada por la vejez del narrador. Esta perspectiva de los
años que han pasado, pero que se viven en el momento, se plasma en lo extraño
que es estar en esa edad, pero no ser totalmente consciente de ello. Pues “ahora
que lo veo desde la perspectiva de esta extraña vejez (supongo que la vejez
siempre parece extraña a quien tiene que sufrirla)…”. ¿Acaso, cuando estábamos
en los primeros años de la secundaria, no teníamos por ídolos a esos chicos cerca
a graduarse, y pensábamos que llegar allá era sentirse de una manera determinada;
sentirse grande? O, acaso, ¿no llegamos a pensar en la plenitud de la
adolescencia que llegar a los treinta, tal vez un poco más allá, era una
adultez y madurez digna de un adulto ejemplar? ¿Y qué ha pasado entonces? Creo
que ser un adolescente cercano a graduarse, o un adulto de treinta, no se
sentía como pensábamos ene se momento. Y lo mismo pasará con la vejez. Un
estado extraño el cual tendremos que vivirlo, pero que diferirá de las expectativas
que nos creamos.
Este tipo de nimiedades que
aparecen en el texto, son las que comencé a cazar y me llevaban a pensar
conforme avanzaba en la lectura, que había algo más allá de lo que otros
alcanzaban a ver. Por su puesto, podría ser lo contrario; yo, en un afán por
encontrar algo que no existía, me creaba una reflexión inexistente. Aun así,
mis planteamientos no solo eran confirmados por las reuniones del grupo, sino
que acrecentaban dos aspectos importantísimos de un libro con valor verdadero: uno,
que los pasajes reflexivos fueran consistentes con la construcción de
personajes; dos, que te revelara, o aclarara, algo sobre lo netamente humano. Que
te hiciera no solo identificar en algún nivel con esa ficción, sino que te
lleve a apuntarte a ti mismo con aquellas preguntas que atentan contra lo que
crees que eres tú.
He encontrado en este libro muchas preguntas que pueden tratarse desde diferentes áreas, pero que dentro de la historia de Edcombe, Coffey, Percy, Delacroix, y demás, toman un sentido no solo ficticio, teórico y práctico, sino bella y terriblemente ilustrativo.
Por esto, y mucho más que se me
escapa a la extensión de una reseña literaria, es que decidí no hacer una extensiva introducción (además de ser medianamente innecesario a este autor de tal envergadura). En síntesis, recomiendo leer esta obra a la
par de llevaruna mente cautelosa, sensible y que recuerde que “hasta un reloj parado
tiene razón dos veces al día”.
Con cariño, R3IK3
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