lunes, 13 de diciembre de 2021

Reseña: El viejo y el mar de Ernest Hemingway

Ficha técnica

Título

El viejo y el mar

Autor

Ernest Hemingway

Editorial

Planeta

Primera edición

1991

Impresión

España

Páginas

233

ISBN

8408001809

 

Hemingway es uno de los referentes indudables en la literatura occidental. Normalmente relacionado con el cuento, y el suicidio si en cuanto a chisme literario se trata. Ahora, para esta reseña he de confesar que he recurrido a otras reseñas como referencia, como comentarios y también resúmenes para hacerme una idea del libro. Incluso un pequeño artículo que se titulaba “¿Qué relación hay entre filosofía, deporte y “El viejo y el mar”?”. No solo por el hecho de que abordé el libro solo, sin mis ya ahora acostumbradas lecturas conjuntas, sino porque mi apreciación del mismo parece ir en contravía de la opinión mayormente aceptada sobre esta obra en específico. Pero entro en materia sin más dilación.

El viejo y el mar narra la historia de un hombre ya entrado en años, cuya única labor de subsistencia siempre ha sido la pesca. Debido a su edad, dispone de la ayuda de un joven como compañero de trabajo, y a causa de una muy mala racha de pesca (cuarenta días para ser más exacto), el joven es alejado del viejo por sus padres. Aun así, si bien el joven salía a pescar en otros botes con algún éxito, ayudaba en diferentes actividades al viejo, como cargar los royos de sedal, el bichero, el arpón, la vela del mástil, además de insistir en salir de pesca con este, pues el viejo ha tenido peores rachas, de las cuales ha salido avante.

Sin embargo, todo lo que rodea a este hombre es sinónimo de decadencia. Mientras la vela estaba parchada con sacos de harina, y se describe como “una bandera en permanente derrota”, este es descrito como “flaco y desgarbado, con arrugas profundas en la parte posterior del cuello”, con manchas de un cáncer benigno, cicatrices en las manos, y relaciones sociales que apoyaban la idea de decrepitud, manifestado esto por la burla de otros pescadores y otros, más veteranos, con sentimientos cercanos al pesar. Vivía además en una pequeña cabaña, solo ocupada por una cama, una mesa, una silla y un lugar en el piso de tierra para cocinar con carbón. En una de las paredes existía una imagen del Sagrado Corazón de Jesús y otra de la Virgen de Cobre. Además, que, “En otro tiempo había habido una desvaída foto de su esposa en la pared, pero la había quitado porque le hacía sentirse demasiado solo el verla, y ahora estaba en el estante del rincón, bajo su camisa limpia”. Todo este conjunto, sin embargo, rivalizaba con sus ojos, pues “éstos tenían el color mismo del mar y eran alegres e invictos”.

Se encuentran entonces nuestra pareja, el viejo y el joven, en una conversación que implica los inicios del joven con el viejo en la pesca. La iniciativa constante del joven por ayudarle de alguna forma, tanto con sus responsabilidades como por plantear perspectivas optimistas, es correspondida por agradecimientos, pero cordiales negativas a sus atenciones.

Dentro de las aficiones de Santiago (se me iba olvidando decir el nombre del viejo) estaba el beisbol. Tema por demás del que le gusta hablar, y que el joven motiva constantemente para que lo haga. Esto hace que el viejo lea constantemente los periódicos para estar al día en el deporte, al punto de considerar su afición un estudio de las posibilidades de ganadores y perdedores en cada juego.

La aventura inicia en la madrugada siguiente, pues los pescadores comienzan labores muy temprano para encontrar los mejores lugares, en medio de la oscuridad. Remo tras remo se va alejando Santiago de la orilla en busca de su sustento. En este punto comienza a darse la descripción de la forma en que nuestro protagonista está vinculado con el mar. Pero no el mar en tanto simple extensión de agua, sino una relación más estrecha que implica los diversos seres vivos que lo habitan y la manifestación del agua dentro de esas dinámicas naturales. Los peces voladores, entonces, eran sus principales amigos. Sentía compasión por las aves que volaban en busca del alimento y no lo encontraban, al tiempo que entendía al mar como un ser dual, pues era “dulce y hermoso. Pero puede ser cruel y se encoleriza tan súbitamente”. Esta perspectiva de considerar a las fuerzas naturales, como su vida, estará presente en la batalla. ¿Qué batalla?

Bueno, en su exploración, y con más de un fracaso en la búsqueda de presas, un pez de singular fuerza atrapará su línea. Este animal es por demás de un tamaño peculiarmente grande, y arrastrará, no solo literalmente el bote de Santiago ampliamente, sino que lo hará con su resistencia y voluntad. Pues al tener sus energías mermadas por la vejez, no así su experiencia, se vuelve un duelo de resistencia. Podría expresarse como el hombre contra la naturaleza. Aunque esta expresión se queda corta.

Teniendo esto en cuenta, debo decir que la lectura es y no es fácil. Lo es en la medida en que el lenguaje es sencillo, y no se siente redundante respecto a repetir palabras constantemente por cuanto se necesita. Se dificulta un poco, si como yo, no conoces términos específicos de la pesca en cuanto profesión, además de imaginar las diferentes partes de un bote, las descripciones y nombres de animales marinos, aves, etc. Esto, claro, se solventa con una buena búsqueda en Google o un diccionario digital. Bendición por esta época que transitamos, pues las imágenes ilustrativas, si bien reducen el trabajo de la imaginación, permiten mayor precisión al momento de la recreación del libro en nuestras cabezas.

También cabe destacar que el libro no está dividido por capítulos, actos o algo similar. Es una historia continua que nos invita a leerla de un solo halón (personalmente no lo hice así), lo que fácilmente se percibe como un cuento largo y no una novela. Esto podría ser irrelevante para unos o en exceso importante para otros, pues más allá de la clasificación de un texto por su extensión, la lectura se puede ver estropeada cuando la detienes para retomarla después, haciendo que tengas que devolverte. Pero es un percance por demás pequeño que no afecta, en mi opinión, la comprensión general del mismo.

Ahora, casualmente en un post de Facebook alguien preguntaba acerca del libro. Más precisamente por su valoración. En ese momento yo había leído, tal vez, una cuarta parte de este, y no me decidía por condenarlo o exaltarlo. Ejercicio de neutralidad que trato de ejercer a conciencia, cuando no he terminado de leerlo en su totalidad. Es bastante saludable hacer esto, si se busca tener un punto crítico. Aun así, cosa que sí dejaba clara en el post, en ese momento me parecía un poco engorroso, por lo cual lo sentía lento hasta el momento. Si bien los ataques no fueron verbales (si así puede decirse), la reacción de “me divierte” a mi respuesta por parte de varias personas, es más que suficiente para entender el descontento. Y es que atacar a un autor de renombre por justa causa (no lo digo por Hemingway en este momento) parece ser algo imperdonable. Ya sea nombrar por la particular falta de originalidad de Coelho (blanco de intelectuales y pseudointelectuales), de los textos de Harry Potter porque no hace nada más allá de entretener (a mi particularmente la saga me gusta), de la aún más repetitiva en argumento y estructura Jane Austen, que tiene detrás un grupo de fans construido a partir de un personaje no solo inimaginable (Mr. Darcy), sino caricaturizado en la adaptación cinematográfica, hace imposible el rigor o, si quiera, el intento de crítica. Y allí, en el medio, entre el gusto y un simple meh, encuentro El viejo y el mar.

Este libro lo tenía como una deuda personal. Primero porque intenté leer los cuentos de Hemingway hace ya bastante tiempo, y fracasé (aproximadamente unos cinco años atrás). Dicho fracaso lo atribuí a mi inexperiencia, pues soy un lector de origen filosófico y no literario. Esto podrá sonar a nimiedad, pero hay todo un vacío entre la forma en que se aprecia o se analiza uno y otro género (además de sumarle los “nada arbitrarios” gustos personales). Segundo, porque un ex alumno, por allá en 2019, comenzó a leerlo y me contaba que le había gustado. El chico era un personaje particular (y lo sigue siendo), lo cual hacía que su criterio me llamara la atención. Resultado: que al primer vistazo del libro en el grupo de ejemplares para reorganizar en la biblioteca que normalmente asisto, lo tomara. No fue una mala idea en absoluto.

Creo entender las ideas que intenta transmitir el libro. Entre ellas, la del reto del hombre consigo mismo, chocándose con sus límites y haciendo hasta lo imposible para superarlos, al tiempo que existe un espacio no solo para el esfuerzo físico, sino para la introspección. De la soledad que contrario a lo que podría se podría pensar, no forja fortaleza, sino un tipo especial de debilidad, donde son necesarios los recuerdos mezclados con la experiencia. De cómo se puede llegar a subestimar por la apariencia, u otros aspectos superficiales, sin entender a los años como maestros de valiosas lecciones. Además de un contenido técnico que te sumerge tanto en las reflexiones de este viejo lleno de soledad a la vez que de vida. Aun así, la maestría, y esta es mi perspectiva, está más en la poderosa pluma del autor que en la originalidad de la historia.

Lo cierto es que me extrañé con la obra, pues si bien el lenguaje técnico me sumergía en la realidad del viejo, acompañado de los olores propios de su profesión hasta las herramientas a utilizar, pasando por los preciosos escenarios, entre pequeños y reducidos, a infinitos e inabarcables, comenzó a corroerse con la incredulidad de lo que estaban recorriendo mis ojos respecto al reto con su presa. Es como si la irrealidad de un evento tal, carcomiera con bastante facilidad la firme estructura hasta entonces construida. Es decir, las horas, días y sus noches en que se lleva a cabo el duelo, presentan un desbalance con el retrato del viejo. Y si bien las acciones que lleva a cabo para cumplir su empresa son no solo comprensibles, sino perfectamente descritas y razonables, sigue existiendo ese no se qué, que no te deja de desdibujar la realidad que se está retratando.

¡Claro! Es literatura, y como tal, la ficción hace parte de su esencia. Lo increíble hay que hacerlo creíble y lo imposible posible, pero dentro de la lógica interna que intenta plasmar Hemingway, tan cercano a nuestra materialidad, termina alejándose en un tipo de idealidad cuasi heroica. Como ese romanticismo cuasi mítico, donde la férrea voluntad consigue lo que se propone a pesar de implicar algún tipo de pérdida, o una muerte contundente. Aquel esfuerzo que se sobrepone a cualquier cosa, con tal de cumplir su objetivo.

Aun así, el libro funciona. El final es creíble, y las consecuencias de toda la aventura también lo son. Incluso los pensamientos contradictorios entre la pérdida, la victoria, el ego y la irresponsabilidad, se hacen patentes. Sin embargo, para mí, es un libro que puede pasar sin pena ni gloria. Otro libro que despierta la nostalgia de una vida que llega pronto a su ocaso y aun así se esfuerza al máximo para continuar con esa normalidad que gozaba en tiempos pasados. Esa demostración de destreza a causa de años y años, que se presiona más allá de los márgenes de lo humanamente posible. Etc.

No sé si me quedé corto de vista (para el amante de autor seguramente será así), pero por ahora, y sin una relectura a la vista a corto o mediano plazo, esta es mi valoración. Un cuento largo, bien escrito, con altibajos constantes y que puede hacerse interesante, pero puede ser fácilmente olvidable su contenido reflexivo, no tanto como su sencilla premisa, y que definitivamente debe leerse por iniciativa propia, y no por imposición (como en la escuela), pues sería fácil de odiar.

Con atención, R31k3NZ4N

No hay comentarios.:

Publicar un comentario