lunes, 29 de noviembre de 2021

Reseña: Las aventuras de Tom Sawyer de Mark Twain

 

Ficha técnica

Título

Las aventuras de Tom Sawyer

Autor

Mark Twain

Editorial

Gráficas modernas

Primera edición

2004

Impresión

Colombia

Páginas

198

ISBN

9589752829

Recordar es vivir. Es una frase que quedó plasmada en mi cabeza con la voz de mi madre, con la imagen de aquellos momentos en que disfrutaba de escuchar la llamada música para planchar, un sábado o un domingo, mientras hacía oficio. Yo, por mi parte, en esos momentos no rebasaría los 10 o 12 años, y si bien comprendía el sentido literal, no alcanzaba a hacerme del todo con ella; a sentir ese contenido en mi interior. Cosa que creo que era normal, porque solo cuando crecemos, tendemos a decir cosas como “la música antes era mejor”, “nada como la comida que me hacía mi abuela” o “los programas de ahora son muy malos”. Y es que la experiencia por la que pasamos hace que añorar otras épocas se traduzca en volver a esos lugares comunes que nos dieron felicidad, se vuelva algo entrañable y a donde quieres regresar una y otra vez.

Puede que esta introducción un poco larga, suene a la voz resquebrajada y hasta fastidiosa de un viejo romántico que no hace sino vivir en el pasado, amando aquellos momentos que no volverán. Y puede que en cierta medida sea un sí, pero no en un sentido negativo, sino en uno que me llena de gozo tener esos sentimientos al traer a ustedes esta reseña, pues para mí en esta ocasión una relectura, que no solamente me hace recordar ese primer encuentro con Tomas Sawyer y su picardía, sino que llego a conclusiones similares acerca del contenido del libro, al tiempo que descubro un sinfín de bondades y escenarios divertidos en el mismo.

Para entrar en materia debo decir que Tom Sawyer ha sido difundido dentro del imaginario colectivo de varias generaciones, no solo por ser un libro de referencia como clásico de la literatura infantil (cosa por demás equivocada, pero después me referiré a ello), sino por un sinfín de adaptaciones que cubren desde reinterpretaciones de algunas escenas a libros para niños aún más pequeños, pasando por películas, capítulos de series y referencias en otros programas de tv. De hecho, el último que vi, hace ya bastante rato, fue un capítulo de los padrinos mágicos, donde si bien hay diversas referencias a otros libros, en este caso especial Tom Sawyer es el antagonista.

Además, con este pasa algo similar que Sherlock Holmes; se conoce más de renombre al personaje que al autor. Pero cabe destacar que Mark Twain, seudónimo de Samuel Langhorne Clemens, tuvo una vida bastante prolífica a nivel de escritura y oratoria, además de ser un crítico del imperialismo, y de ostentar otra gran obra que también ha sido ampliamente adaptada: El príncipe y el mendigo.

Ahora, Las aventuras de Tom Sawyer se abre con el llamado de atención al protagonista por parte de la tía Polly. Una anciana mujer que vive con Tom y otros tres niños, y la razón de buscarlo con tanta necesidad, es que el pequeño rufián, al parecer, ha robado los dulces de la despensa, que ya con anterioridad ella le había advertido que no debía tomar. Tom, lejos de aceptar su culpabilidad, con un pequeño engaño distrae a la tía Polly y se escapa de la reprimenda. Esto hace que la anciana se lamente por tantas bromas y engaños que ha sufrido en su buena intención al criar al pequeño, y siente su constante indisciplina y fechorías infantiles como una pésima paga a su buen corazón. Aun así, Tom no tiene piedad, y constantemente se va disfrutar del tiempo libre con sus amigos evadiendo las responsabilidades.


Tom, sin embargo, no siempre se sale son la suya. No solo por lo descarado que puede llegar a ser, lo cual se combina une a un poco de astucia, otro de mentira y un tanto más de torpeza, sino porque en su casa hay un soplón: su medio hermano Sid. Este es todo lo contrario a Tom. Un pequeño muy obediente el cual solo se centra en cumplir con sus deberes en afán de no meterse en problemas y complacer a los adultos, pero que raya en la envidia, terminando por acusar a Tom en más de una ocasión por mero placer de que este queda mal ante todos.

Podría parecer que hasta este punto Tom es en gran medida un cobarde, o algo similar, al esconder sus travesuras y escapar constantemente de los deberes, pero resalto ahora mismo que se comporta como un niño tal cual. ¿Acaso los pequeños no suelen saber cuando hacen algo malo y tratar de esconderlo a base de mentiras o el mutismo? Eso sí, este chico peca de darle rienda suelta a sus deseos, y de imaginar mundos donde la voluntad y las creencias sobrepasan la realidad. Esto se hace patente durante toda la historia, pues el misticismo, junto a las creencias religiosas, se mezcla para entregarnos pasajes por demás interesantes y que retratan, a mi parecer, de manera fiel la psicología de las personas y no solo los niños, y que Tom siempre tenga la respuesta correcta a las cosas así no lo sea. En dicho popular: “si no se las sabe, se las inventa”.

Tenemos entonces a nuestro protagonista imaginándose que es un pirata en busca de un tesoro, y cazando señales a partir de diversas referencias, como textos, opiniones o chismes, para encontrar el lugar correcto a cavar. De no hallar el lugar, no culpa en absoluto a posible la falsedad de la creencia, sino a una fuerza contraria. Brujas, hechiceros, magia negra, etc. Siempre procurando sacar avante la mejor cara de la situación u opción posible. Esto hace parte de su personalidad. Pues si bien puede suponerse a Tom un niño malo en un sentido picaresco, en donde su ego es aquello que procura mantener con sus acciones, así perjudique a otros, y la admiración es un foco dentro del grupo de chicos con el que se relaciona es una prioridad, su voluntad de salir avante hace que de esperanza en ciertas situaciones.

Peor bueno, tratando de no dar adelantos (spoilers), sino de traer fragmentos de la novela, una de las escenas más llamativas y representadas es la que presenta de lleno la mente de este chico: pintar la cerca.

La Tía Polly  ha decidido renovar la cerca de la casa, y para ello esta debe ser pintada. Esto no hace gracia alguna a Tom, pues el solo quiere ir al rio o a jugar con sus amigos. Frente a tal problema, porque para él lo es, engaña poco a poco a varios chicos cambiando la idea de lo que es divertido y aburrido. Entonces, Tom termina, por parte de un pequeño grupo de niños, recibiendo un montón de objetos por parte de los chicos para que él los deje acceder a pintar. Esta ganancia de objetos será importante en un futuro, pues los usará con sus intenciones egocéntricas, para impresionar en la adquisición de una biblia.


Ahora, si bien la novela se cataloga normalmente como infantil, la sensación que tuve la primera vez y que vuelvo a tener al leerla, es como si esta etiqueta no fuera del todo correcta (y ya de por sí tengo un problema con la clasificación de la literatura). ¿Por qué? Dentro de la novela existe un evento que será importante para el fluir de la narrativa y para la vida de nuestro protagonista y su amigo más cercano. ¿De qué se trata? Pues bien, una noche, mientras Tom está con Huckleberry Finn, los pequeños presencian un asesinato, o intento de asesinato, en medio de un cementerio. Esto hace que se vean involucrados en una situación no solo engorrosa sino altamente peligrosa, por cuanto el asesino es un hombre que al parecer muchos temen y, sumándole a eso, culpa falsamente a otro, y ellos son los únicos testigos. Por razones claras no pueden revelar el secreto a riesgo de sus propias vidas, y comienza a existir un debate interno acerca de lo que deben hacer. Tendremos entonces a dos pequeños cuya culpabilidad se superpone a la vida cotidiana, donde su mayor preocupación debería ser solo jugar y obedecer a sus mayores. ¿Revelan el secreto? Eso lo descubres al leer el libro.

Además, hay demasiados aspectos que hacen interesante la historia, pues si bien su narrativa y datos históricos son parte esencial de la obra, al igual que la recién reseñada por mi: La letra escarlata, el carisma de Tom y de Huck, como los procesos por los que pasa son enriquecedores. Nombraré algunos para ilustrar.

Primero. La educación religiosa es un pilar no solo importantísimo, sino fundamental en el retrato que hace Twain. Esto se ve en los pasajes en que los niños deben memorizar versículos y recitarlos de memoria. ¿La ganancia? Al hacerlo ganan bonos de diferentes colores, y el premio final es una biblia. Esto simboliza la disciplina y dedicación, además de su claro contenido conforme a la ley religiosa, del cual muy pocos gozan. Incluso se nombra a un pequeño de origen alemán, que al memorizar y recitar un número inimaginable de versículos, termina tonto.

Segundo, la brujería. Aunque ya lo nombré anteriormente, es bastante representativa, por cuanto se toma cualquier fenómeno del cual no se tenga explicación, como algo que debe tener una causa sobrenatural. Esto se refuerza con el principio de autoridad de los adultos, los cuales transmiten sus creencias a los niños y estos no los cuestionan. Esto hace que el lector se encuentre con cosas como el “mal de ojo”, que se da si alguien te mira fijo y habla entre dientes, porque “Cuando murmuran así es porque están diciendo el padre nuestro al revés”.

Tercero, y para mi relevante con creces, la necesidad de los niños de hacer actividades de adultos y tener ideas que sonarían contraintuitivas a la moral común. Tenemos que Tom y sus amigos se sienten seducidos por los cuentos de piratas, ladrones y asesinos (plus por actos sexuales que nombrarán como orgías. Sí, tal cual, orgías). De hecho, a pesar del evento que presencian, cosas como robar, secuestrar o asesinar se considera como algo común a esas formas de vida al margen de la ley, y sin las cuales no se podrían realizar. ¿Extraño? Creo que no mucho. Este retrato de los niños como seres que no alcanzan a dimensionar del todo los efectos de sus acciones, puede verse en otro famoso libro de cuentos: Peter Pan. Sin embargo, acá ellos sí quieren crecer, pues intuyen que al ser adultos hay ventajas. Esto puede llegar a ser especialmente dramático y gracioso, como en el momento en que Tom está conquistando a una chica nueva, y le propone matrimonio, sin saber exactamente qué es eso. También cómo entre ellos se tratan de celar a costa de herir emocionalmente a otros.

Valorar, lector mío, un texto el cual despierta nostalgia es bastante difícil. Pero por más de que trato de alejarme de este, para buscar elementos criticables, no encuentro nada especialmente bueno. De hecho, prácticamente todos los personajes, las acciones y los diálogos, tienen repercusiones a en diferentes escenarios de la novela, como pasó con el engaño de la cerca. Por tanto, siento innecesario esforzarme en buscar cosas donde probablemente no existan, como expresiones de boca de Tom acerca del comportamiento de las mujeres, la esclavitud o menosprecio de los negros, que en oídos delicados puede sonar a machista, sexista o xenófobo, y derivaría en un comentario injustificado acerca del autor. No. Me niego a caer en tan bajas estrategias para desprestigiar una obra, cuando lo correcto es leerla a la luz de la época.

Por tanto, y con todo lo anteriormente mencionado, me agrada recomendar sin lugar a dudas esta novela, que a pesar de su corta extensión, trae un agradable número de pequeñas aventuras que nos da referencias continuas de la época de los personajes, de los deseos de los niños y de cómo pueden ser subestimados por los adultos.

Con gran gusto

R31k3

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