Ficha técnica |
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Título |
Cuentos negros |
Autor |
Ambrose Bierce |
Editorial |
Alianza Editorial |
Primera edición |
2011 |
Impresión |
Madrid |
Páginas |
144 |
ISBN |
9789588846224 |
Caí en este libro de manera fortuita.
Últimamente encuentro mayor gusto en los cuentos que en las novelas, y pasando
de reojo por la sección de cuentos de la biblioteca a la que suelo ir, me llamó
la atención el título de Cuentos negros, y una portada de lápices y plumas de
esa ausencia de color.
Siendo sincero, nunca había
escuchado hablar de este autor, cosa por demás que hace aflorar en mi un
sentimiento de frustración, pues me fascinaría haberme topado con este en el
pasado. Porque de entrada, pensé que el título de este pequeño gran libro,
hacía referencia a cuentos de carácter policial. De aquel género que se tornó
de moda hace unos pocos años, y que variaba entre el crimen y la corrupción;
algo así como los cuentos noir americanos. Pero no. Fue más que eso. O
mejor, algo mejor que eso. Me encontré con una obra satírica.
El libro que presento ahora, de
editorial Alianza, compila un total de catorce cuentos, distribuidos en
aproximadamente 110 páginas. Es decir, un promedio de siete páginas por cada
uno. Y si bien algunos ocupan apenas cuatro y otros se extienden hasta
doce, el contenido del mismo no hace justicia a la apariencia exigua del mismo.
El cuento de entrada, titulado
Aceite de perro, nos relatará la historia de un honrado joven llamado Boffer
Bing, de humilde origen, que trabaja en los negocios de su padre y madre.
El primero, fabrica aceite de perro (por ello el título), para lo cual Boffer
fue educado en el trabajo de conseguir los cuadrúpedo para tal fin; la segunda, tiene
un taller en el cual se “deshacía de bebés no deseados”, y él se encargaba de
deshacerse de los restos. Por su puesto, el trabajo de la madre era algo
ilegal, por lo cual debía ingeniárselas para desaparecer el material sobrante.
No tanto así con el trabajo del padre, pues si bien este no era ilegal, si era
mal visto por los dueños de caninos. ¿Por qué? Porque ese aceite era destinado
para tratamientos que adquirían médicos.
Hasta este punto el cuento parece no solamente escabroso, sino tristemente deducible, pero creo que el énfasis no es
ese para este tipo de relato, sino el tono del mismo. En primer lugar, porque
ya desde el principio se muestran dos cosas claras. El desastre en que acabará
todo, pues el protagonista manifiesta que “Al volver la vista atrás hasta
aquellos días, no puedo sino arrepentirme, a veces, de que al causar
indirectamente la muerte de mis amados padres, fui el responsable de
infortunios que habrían de marcar profundamente mi futuro”; además, que los
elementos que se conjugarán para tal desenlace se plantan desde el comienzo; el
trabajo de ambos padres.
Lo importante es esa perspectiva
tanto realista como oscura, de cómo deben sobrevivir personas de bajos
recursos, y aun así, aun en lo ilegal o rozándolo, son personas trabajadoras,
cuyo valor fundamental es la dedicación. Incluso, en la frase antes mencionada
por parte del protagonista, ese “a veces”, aparece contrastado con sus “amados
padres”, pero al mismo tiempo pone de relevancia que es más importante sus
propios infortunios que la muerte de estos.
Ese elemento de contradicción, de
egoísmo y la vez sinceridad consigo mismo, es algo que atravesará totalmente a
todos los cuentos. Es decir, mientras algo pueda sentirse comúnmente como
reprochable, reprobable, incluso amoral, todas las acciones que llevan a cabo
los diversos personajes, se siente un retrato del comportamiento humano real.
Lleno de intrigas, hipocresías, traiciones, estupideces, tonterías, sin
sentidos, etc. Que se toman por buenos valores, dependiendo de a quien
beneficie. O, acaso, ¿no se ve como corrupto al policía que no imputa una multa
a quien comete una infracción a cambio de dinero, pero es apreciado si a quien
excusa recibiendo ese dinero es uno mismo, o un ser querido? ¡Alabado sea el
agente de tránsito que no aplicó la ley y no me inmovilizó el auto!
Ahora, este tipo de escritura no
se queda en la aproximación al realismo de los acontecimientos, sino que se
expande a lo sobrenatural o simplemente inverosímil. Así, en Un naufragio
psicológico, un tal William Jarrett nos narrará como, después de que cayera en
bancarrota y su socio muriera, decide tomar un viaje en crucero a la ciudad de
Nueva York. En este viaje, embarcado en un velero llamado Morrow,
conocerá a una joven y… de aquí no diré más nada. ¿Por qué? Porque el cuento se
desenvuelve con la relación que entabla con esa chica, pero al tiempo tiene que
ver con un tipo de… ¿proyección astral? O una experiencia extracorporal, en un
desenlace corto y de giro argumental. Eso sí, que no se deja del todo deducir
con solamente el título.
El último que traeré a colación, y uno de mis favoritos, es El bautizo de Dobsho. Cuento con el cual se cierra esta recopilación, y que se puede resumir en dos palabras: broma pesada. Una broma que desde las primeras palabras del narrador, nos advierte que todo sale mal, pues “Sin duda fue un acto perverso. A menudo me he arrepentido desde entonces haberlo hecho, y si la oportunidad se presentase de nuevo, me lo pensaría dos veces antes de hacerlo”. A continuación, no solo después de dudar de si lo haría de nuevo, se justifica con el hecho de que era aun joven, y le gustaba ese tipo de humor.
Este cuento me parece llamativo,
pues reconoce ese proceder poco meditativo, en cuanto a reflexión en las
consecuencias, propias de la ya nombrada juventud, y cuyos actos solo toman
peso real en vista de los resultados, o con la madurez del tiempo. Esto es
importante porque, a pesar de saber que los resultados de la broma fueron
catastróficos en más de un sentido, y que ya no gusta de ese tipo de proceder
para divertirse, expresiones como “me lo pensaría dos veces” o que “me embarga
cierta satisfacción por haber contribuido con mi pequeño granito de arena a
ponerlos en ridículo”, en referencia al gozo que sintió al escarnecer la
religión. Es decir, su arrepentimiento no es absoluto, y parece más un
convencionalismo para valorar correctamente su broma.
A veces creo que es bueno que no
todas las personas dediquen su tiempo libre a la lectura, pues una joya como
esta seguramente sería censurada (¡Sí, censurar! No el patético eufemismo de
“cancelar”), al no tener límites en la crítica, burla e ironía de casi
cualquier tema. De hecho, el último cuento que he nombrado, puede llegar tocar
líneas de susceptibilidad claras al manosear no solo las creencias religiosas,
sino la juventud cercana a la niñez, como la inocencia y la confianza.
Para terminar, no creo que
exagere en estos momentos si afirmo que este es uno de los libros que ha
cambiado mi vida como lector y escritor, pues reconozco realmente a un artista
en estas letras, en estos cuentos negros, que me divierte y me inspira, al usar
la sátira como herramienta de desahogo, y que en mi vida colinda con cómo veo
la sociedad.
Con especial dedicación
R31K3.
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