Ficha técnica |
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Título |
Un viejo que leía novelas de amor |
Autor |
Luis Sepúlveda |
Editorial |
Tusquets Editores |
Primera impresión |
1992 |
Impresión |
Chile |
Un viejo que leía novelas de
amor, es una novela que de entrada puede despistar por el título. Pues, lo que
encontramos acá es una historia bastante descentralizada. Es decir, si bien el
protagonista principal es un lector de novelas de amor, la trama tiene relación
tanto con su lectura de novelas, que es consecuencia de su historia. Pero me
centraré.
Nos encontramos en El Idilio. Un
pequeño poblado en la espesura de la amazonia ecuatoriana, cuya cercanía con lo
urbano, se hace mayormente a través de lancha. Esto da como resultado aquel retrato
clásico que viene hasta nuestros días, donde el Estado de un país suramericano
hace presencia con nimiedades, al tiempo que vea algún beneficio económico.
Esto da como resultado, un lugar apartado, falto de recursos a comparación de
los centros urbanos (de los cuales solo se tendrán referencia).
Tenemos de entrada al doctor
Rubicundo Loachamín. Un hombre dedicado a la extracción de dientes, sin
anestesia, de los pobladores de la zona, y que se caracteriza no solo por su
mala vibra con los pacientes quejicas, sino por acusar de todos los problemas
al Gobierno. Este hombre tiene una relación estrecha el protagonista principal:
Antonio José Bolívar Proaño. Más conocido como el viejo. En principio parece
que este viejo no pasa de ser uno más de los clientes de Loachamín, además de un
conocido más, y otro habitante de El Idilio. Pero su relevancia comienza a
surgir cuando llega a puerto un muerto.
Antonio José Bolívar toma
protagonismo cuando, enfrentándose con un tono sincero y pragmático al alcalde,
da explicación de la posible causa de la muerte del hombre que ha llegado a puerto.
Esto se da, porque el alcalde inculpará a los indígenas shuar de la
muerte del hombre. Cosa que refutará el viejo a base de argumentos, además de
su reputación en el poblado, con la evidencia que presenta el cuerpo:
—Disculpe.
Usted está cagando fuera del tiesto. Esa no es herida de machete.
—Se escuchó la
voz de Antonio José Bolívar. El alcalde estrujó con furia el pañuelo.
—Y tú, ¿qué
sabes?
—Yo sé lo que
veo.
El viejo se
acercó al cadáver, se inclinó, le movió la cabeza y abrió la herida con los
dedos.
—¿Ve las
carnes abiertas en filas? ¿Ve cómo en la quijada son más profundas y a medida
que bajan se vuelven más superficiales? ¿Ve que no es uno, sino cuatro tajos?
—¿Qué diablos
quieres decirme con eso?
—Que no hay machetes
de cuatro hojas. Zarpazo. Es un zarpazo de tigrillo. Un animal adulto lo mató.
Venga. Huela.
Así, desde el primer capítulo, se
planteará el problema de la caza de una tigrilla, dentro de la espesura de la
selva, que ataca a los humanos.
Hasta este punto he hecho un
breve resumen del primer capítulo, por lo demás escaso en la riqueza y a la vez
simplicidad lingüística, que plasma Luis Sepúlveda en este libro. Y pongo esto
de relevancia porque aquí encontraremos un libro colmado de referencias
históricas, como datos interesantes, de la forma de vivir de los indígenas, sus
costumbres, sus relaciones con la selva, así como con los hombres blancos, y esa
interminable problemática que arrastramos hasta nuestros días, de la forma
inmisericorde en que se devoran los recursos naturales.
También, como escribí al
principio, tenemos un texto que manifiesta el abandono estatal, que se ve
reflejado en la falta de interés por la conservación de los espacios indígenas
o reservas naturales. No. Lo que interesa al extranjero es la explotación de
los recursos a favor de crecimiento económico, como del mero egocentrismo del
dominio de lo salvaje; última característica esta, que llevó al desarrollo del
problema del ataque de la tigrilla.
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