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Si nadie me pregunta qué es el tiempo, lo sé, pero si me lo preguntan y quiero explicarlo, ya no lo sé, decía Agustín de Hipona. Y a pesar de la dificultad de definir que es el tiempo en sí mismo, una maldición peor del ser humano es, en cierta medida, experimentarlo. Así, vivir como un ser humano es entender su implacable transcurrir y, por tanto, su esencia inevitable, que termina por desbordar cualquier resistencia de la materia que estamos hechos, y como consecuencia, la imposibilidad de deshacernos de la muerte.
En ese proceso tradicional y simplificado en el que se entiende someramente el proceso de la vida: nacer, crecer, reproducirse y morir, este último es el que parece que reinará más en la memoria de nosotros los mortales. Así, por ejemplo, de una ruptura amorosa, a pesar de los bellos momentos que pasamos, el dolor de la lejanía de seres queridos parece superar con creces los buenos recuerdos cultivados a lo largo de la relación. Algo similar sucede en la muerte, donde la persona que perdemos, digamos que estuvo años a nuestro lado (este es el caso del libro), parece continuar viviendo su existencia en nuestra memoria de una manera extraña. Extraña porque pareciera que todo es un sueño. Que no se ha ido y cuando menos esperes entrará por aquella puerta que solía cruzar, estará en el parque que tendían a frecuentar, o su voz llegará a tus oídos como siempre lo hacía. Pero el choque con la realidad hace que la muerte se transforme no solo en dolor, sino en frustración, ya que de esa pérdida emana el entender que nuestra mortalidad nos hace débiles. Frágiles. Esa una de las características desarrolladas en el presente libro.
Me disculparan si trato de amenizar la reseña, pero realmente este libro me ha llegado a lo profundo del corazón (sí, tengo uno fans de Dune). Y, de hecho, me ha afectado hasta tal punto que… Bueno, esto lo dejaré para más adelante.
Lo que queda de nosotros, de Michael Kimball, es una historia que, de entrada, no es fresca, pues trata la muerte del ser querido, pero que se muestra altamente enganchadora, por la forma en que está escrita y lo sencillo de la prosa.
Así, nos encontramos con un libro dividido en siete partes, dentro de las cuales también ha subdivisiones. Cada parte como cada subdivisión está titulada, siendo el título una breve síntesis de lo que encontraremos en esa parte. Así, por ejemplo, la primera parte, que por cierto es la más extensa, se llama: Cuánto de ella aún funcionaba. Esta tiene una primer pequeña parte titulada: Cómo me desperté y cómo mi esposa no se despertaba: seguida de, Cómo ayudaron a mi esposa a respirar, cómo la levantaron y cómo la alejaron de mí para llevársela al hospital. Entonces tendremos una variedad de mini descripciones, que, si bien anticipan en algo la historia, debo afirmar que no daña en nada la experiencia de leer el libro.
Con lo anterior mencionado, tenemos una historia de cómo un hombre despierta, mientras su mujer no. Esta situación se torna más cercana, cuando entendemos que es una pareja de viejos, que han pasado muchos años de su vida juntos, y uno de los mayores miedos que puede presentarse cuando amas a alguien y has estado a lo largo de tu vida con esa persona, sin importar el momento, sucede: la posibilidad de que muera antes que tú.
La esposa, después de unas fuertes sacudidas (se presume convulsiones), queda inmóvil en la cama. Su esposo, ni corto ni perezoso, buscará ayuda, que llegará en forma de una ambulancia. Así se inicia una empresa de ires y venires, de cercanías y alejamientos, donde la actitud que tomará el hombre frente a la posible pérdida de su esposa, se traduce en actos puros de una persona no solo enamorada, sino acostumbrada a la presencia de su otra mitad desde tiempos inmemorables.
Encontraremos pequeñas expresiones como el miedo de dejarla sola, allí, desmayada en cama, mientras va a atender a la ambulancia. Como si alguna fuerza fuera a empeorar su estado en cuanto el estuviera ausente. También pensamientos sencillos con ese tique de sentido común en espacios poco particulares: “Mi esposa parecía muy ligera en sus brazos. A mí también me habría gustado poder levantarla así”. Y la ya mencionada frustración que se manifestaba en una constancia de un viejo cuerpo que recorría pasillos y habitaciones para encontrarla, cuando no lograron identificarla en el mismo hospital donde la ingresaron.
¡Claro! De aquí podría decirse que he contado el argumento completo, y para hablar del libro, sería suficiente con las anteriores líneas. Nada más lejos de la realidad.
Lo cierto es que el texto siembra una serie de acontecimientos que hace que la pérdida sea larga, a la vez que profundamente dolorosa pero bella. ¿Cómo puede ser bella la muerte de un ser querido? Pues se puede afirmar que este pequeño libro es un gran viaje a través de sencillos pensamientos y acciones que te hacen reconocer la fragilidad que te constituye, al igual que el valor de cada acto que llevaste acabo con tu ser amado. Es como revalorizar ante la muerte, que lo último que queda de nosotros son cosas materiales que se transforman, pero vivencias que quedan en nuestra memoria, y son las que dieron forma a nuestra manera de ser.
Suena difícil, pero, ¿qué cosa más bella que, a veces, ante la privación de alguien, sentarnos a disfrutar de los bellos momentos que vivimos a su lado? Pero bueno, en este punto dejo claro (aunque es más que vidente), que lo recomiendo ampliamente. Pero no sin una crítica, pues no todo es perfecto.
Hay que tener en cuenta que no nos encontramos frente a un texto cualquiera, pues su autor ha participado en la creación de películas y ya ha publicado una novela con anterioridad. Es decir, sabe contar una historia, y este libro es la prueba de ello. Los detalles que pone a cada cosa posible en relación a la memoria de aquellos que no están, se hace patente con escenas de comprensiva desolación.
El libro al parecer está dedicado a sus propios abuelos (además de a su esposa), lo cual hace que nos preguntemos si hay algo de la vida real del autor en esta obra. Más aun, cuando algunos capítulos, escasos por demás, ya no cuenta en tercera persona lo que sucede al viejo, sino en primera persona, donde el narrador es el nieto.
Con todo esto, hay algo que falla en su consistencia. Esto es no se percibe a la primera leída, y menos en el ardor emocional de terminar la historia. No. Porque se superpone la tragedia, a la que se le da una razonable larga, con su sencilla narrativa. Y esta falla es la falta de familia.
Es entendible que todos los procesos familiares son diferentes, y que no siempre van a estar los más viejos, normalmente los abuelos, acompañados de alguien. Que la soledad es un factor clave en la tradicional constitución familiar en referencia a los ancianos, pues su interacción carece de la comprensión necesaria de los más jóvenes o maduros, conforme estos ganan y ganan años; esa misma soledad es el eje central para que esta novela tenga un sentido tan fuerte y despierte una sensación cercana al abandono. Y si bien estos personajes ausentes, es decir los hijos, junto a otros como conocidos o amigos, aparecen al final, parece como si realmente a nadie le importara la vida en vida de esta pareja más allá de la muerte. Además, no hay una mínima explicación. No se sabe si existió una pelea que hizo que se separaran, o una independencia total por parte de hijos y nietos que llevó a tal estado de cosas. Lo cierto es que hasta los amigos faltan, como si la vida de estas dos personas hubiera pasado al margen de las relaciones sociales.
Esto se refuerza con la casa misma, en donde, antes de que la mujer padeciera la enfermedad, la construcción ya mostraba elementos de desaliño; de decadencia.
Podría asegurar, que algunos pasajes intermedios se ven algo forzados, pues aparece la voz de la pareja muerta, como respondiendo a su amado dese el más allá, que no solo le quita realismo a la historia, sino que parece que es una especie de fan service a aquellos que creen que hay vida después de la muerte. Aunque Si bien se puede presuponer que son respuestas que el mismo viejo da, en un acto de consolación, tienen a enturbiar un poco la lectura de la historia, pues estas intervenciones se presentan en una tipografía diferente, y no termina de ser claro cuál es su origen.
Para terminar, lo que queda de nosotros es un libro no recomendado si tienes problemas de depresión. Esto, porque, como me pasó a mí, puede indisponerte al imaginar cómo será despertar con tu pareja prácticamente muerta. Es algo que no le deseo a nadie, más si es necesario escribirlo para tenerlo en mente. De igual manera, es una lectura indudablemente recomendada, pues a pesar de una que otra debilidad, te logra transmitir, sin lugar a dudas, sentimientos y actitudes propias de la inevitabilidad e inmisericordia del tiempo, como de la inexorable muerte. Todo esto acompañado de una superación a la pérdida, algo diferente a esas novelas que parecen más un manual de actividades a seguir para superarlo todo, a una relación con la realidad.
Con mucho gusto, R31K3
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